El rostro de esta mujer, bien querida por Casco, mantiene rasgos finos de su juventud, Casco debió haberla conocido muy joven, aun más joven que él, antes de que regresara a su país. Acaba de retornar a México y, con ello, al barrio que aprecia y del que guarda personales y gratos recuerdos. Sin dudad es bienvenida.
16 de julio, 2019.
PERIPLO EN TEPITO.
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Fernando Ramírez. Al fondo la parte trasera de la iglesia de Santa Ana, en Peralvillo esquina con Matamoros. |
I. Inicio de un periplo increíble.
El sábado fui a la GJMV a la inauguración de la exposición Cuba va, en la que se exponen más de 100 carteles relativos a la Revolución Cubana. Alberto Hijar fue el curador y es el coleccionista de estos carteles, que pertenecen al Taller de Arte e Ideología que él fundó. A este sobresaliente crítico de arte lo tuvimos algunas ocasiones en la Peña Morelos. Cuando llegué se lo comenté a una muchacha que brinda sus servicios en la galería. Al poco rato, ella, amablemente, llevó al maestro Hijar a donde yo estaba. Lo saludé y le comenté de su estancia en la Peña. Me contestó que en la mañana de ese día había pensado que en la Peña había alternado con Tania Libertad. Sin pensarlo, espontáneo, le comenté que aquella ocasión Tania había llegado tarde -así había sucedido, sin embargo. la peruana, recién llegada a México, nos cantó, sin micrófono, acompañada de su guitarra, sentada en un banquito, únicamente al pequeño grupo que acababa de recoger la tarima, las sillas, el equipo de sonido y las luces con los que realizábamos la peña; escucharla fue algo inolvidable, por eso lo mantengo en mi memoria- y el maestro se sacó de onda, porque entonces no había podido alternar con Tania. Lo último que dijo fue que debí llevar a Felipe (Hernández). Le dije que yo esperaba haberlo encontrado ahí... Entonces el maestro Hijar se dio la vuelta y se fue. Nos dejó en la babia, comentándole que Felipe había estado hacía pocos días en la galería, durante la noche de museos... Nada más le dije a la amable muchacha, como para justificar al maestro, que ya estaba grande (tiene el pelo blanco, algo de calvicie y luce medio encorvado).
En fin, se hizo la inauguración por parte de Lucinda Jiménez, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), y del maestro Alberto Hijar, simpatizante -yo también- de la revolución Cubana.
Ya me iba cuando, en la salida de la galería, Virgilio me comentó que la funcionaria (me había presentado con ella poco antes de la inauguración) hablaría con la gente de cultura de Tepito. Me disponía a esperarla cuando Fernando C. Ramírez salió de la GJMV . Como siempre que nos encontramos, entrañable amistad de muchos años, desde la escuela primaria, de inmediato nos pusimos a platicar. Y no interrumpimos la plática hasta que Virgilio Carrillo Terronez, siempre atento y amable, salió de la galería y nos comentó que ¡ya se había realizado la reunión con la funcionaria! ¡Nosotros ni cuenta nos habíamos dado! Nos dijo que el director de la galería citaría para que en un día determinado la gente de cultura le presentara sus proyectos particulares a Lucinda Jiménez. Va. Chido.
Nos despedimos.
II. Un periplo intelectual barrial
Fernando y yo decidimos agarrar nuestro camino de regreso a nuestras casas. Nos dirigimos al metro Lagunilla. Continuamos con nuestra plática.. En el tránsito por Peralvillo, donde habítaba en una vecindad, comentamos del Manzanita, de nuestra amistad también desde la infancia, de su muerte desolada. De sus dos perros, a los que quería mucho y que, se dice, después de dos días de que había fallecido el Manzanita, habían empezado a devorarlo. Tristeza y horror.
Llegamos al metro Lagunilla. Fernando me preguntó, ¿a dónde vamos? Me sorprendió que deseaba seguir platicando. Decidimos encaminarnos hacia la estación del metro Tepito. Comentamos de varios temas más, entre ellos del porqué me parece importante la gente que pertenece a lo que él llama el lado oscuro de Tepito, la cultura independiente, autónoma, que se desarrolla en el barrio. “Porque ha permanecido vigente, le contesté, y se ha vuelto una tradición a lo largo de casi cincuenta años. Desde los setentas, en que surgen Tepito Arte Acá y la Peña Morelos. Después vino todo lo que se derivó de ambas agrupaciones, otros grupos y creadores individuales, que continúan hasta nuestros días. Todos ellos sin recursos económicos, como podría ser en Coyoacán -Fernando alguna vez pensó que allá se había dado algo semejante. Pero no era lo mismo, argumenté. Allá hay recursos económicos, todo lo contrario a lo que ha sucedido en el barrio. En Coyoacán, los grupos o creadores intentan ser ‘cosmopolitas’, ingresar al ‘mercado de la cultura’. Acá no, aquí todos, los grupos y los creadores individuales, se van por un camino contrario: no abandonan su entorno social, barrial, la temática tepiteña, sin dejar de ser universales por lo que plantean (el amor, la soledad, los conflictos sociales, la existencia determinada por su condición, la condición del ser humano, etc,). Con ello han desarrollado expresiones culturales y artísticas muy válidas." Un ejemplo de este argumento, es la misma revista Desde el Zaguán, La Hija de la Palanca (sus viñetas, su diseño), Tepito Crónico, Manrique con su temática de los oficios, Casco con sus paisajes de vecindad, sus vírgenes y crucifíjos, Virgilio con sus puestas en escena en su compañía de teatro, Arévalo y la defensa del barrio en el Martes de Arte, Rafael López en sus cuentos, incluidos Mario López, Eduardo Vázquez, Los Olvidados de Tepito, Alfonso Hernández, así todos los demás,
III. Un periplo por las calles de “nuestro” barrio.
Llegamos al metro Tepito y otra vez Fernando, ¿adónde vamos? Me quedé pensando. Algo me comentó que me llevó a ratificar que fuéramos a donde él había vivido, a la vecindad de Caridad, en donde recibió a Manrique, a Casco y a Armando, quien, por aquellos años, le solicitó que los albergara porque el naciente Tepito Arte Acá no tenía lugar donde realizar sus actividades; en ese momento, la revista Chinchín, con argumento de Armando y el arte de Casco y Manrique.
Llegamos a la vecindad de Caridad y comentamos sobre el 19 de esa misma calle, otra vecindad con un chingo de apartamentos. Fernando compartió conmigo anécdotas de esos lugares. Las guardo para mí, porque quien las debe contar es Fernando.
Ya encarrerados en eso de visitar lugares donde habían habitado los creadores tepiteños, nos encaminamos al edificio donde había vivido Armando Ramírez, en Gónzález Ortega. Fue cuando, digo, caí en la cuenta de que hacía rato habíamos iniciado un recorrido por “nuestro barrio”, el que nos pertenecía, el que conocemos desde nuestra infancia. Porque para transitar no habíamos caminado por los pasillos del comercio del gigantesco tianguis, lo habíamos hecho caminando del lado de las paredes, sobre la banqueta, a espaldas de los puestos. Habíamos vuelto a ver fragmentos de las antiguas calles, las antiguas fachadas, los antiguos muros, las antiguas vecindades que ocultan las lonas y las estructuras metálicas del comercio de hoy.
Así llegamos a González Ortega y nos detuvimos enfrente del edificio en donde había habitado Armando Ramírez. Escuche más anécdotas compartidas por mi compañero de viaje. De músicos y canciones que él alcanzaba a escuchar por aquel lugar.
En esa misma calle, en dirección al Eje Uno Norte, encontramos la vivienda en la que había permanecido por un tiempo Felipe Ehremberg; quien, me confirmó Fernando, no había sido parte del Tepito Arte Acá, como algún diario difundió en relación al fallecimiento de Armando Ramírez.
Nuevamente desembocamos en Granaditas, hoy Eje Uno Norte. De ahí decidimos ir a Peñón, en donde también había vivido Armando y dónde también había habitado Virgilio.
Por Toltecas llegamos a Peñon. Caminamos hacia el poniente. Antes de atravesar Jesús Carranza, nos topamos con un antiguo edificio que alberga a una asociación de comerciantes. Fernando se detuvo muy interesado. Me dijo, vamos a visitar a M.B. Le comenté que no tenía buenos antecedentes de él. Fernando se sorprendió. Fue a preguntar a la puerta. Dio su nombre para que le avisaran a M.B. Fuimos recibió con mucho gusto.
M.B. ha promovido en instancias oficiales que se le realicen y entreguen algunos reconocimientos a Fernando, por su labor cultural y su revista Desde El Zaguán.
De boca de M.B. escuchamos un decena de anécdotas. Desde que había recibido un machetazo en la cabeza por meterse en una bronca que no era suya, hasta que uno de sus hermanos, piloto aviador, había escrito sus memorias familiares. Las que él no ha leído, pero que algunos miembros de su familia sí lo han hecho. Acabaron llorando por su lectura. Le sugerimos que deberían publicarse esos textos. Su hermano no lo aceptaría nos respondió M.B.
Al finalizar nuestra visita, pensé que este viejo líder de comerciantes nos había compartido algo de esa inadvertida complejidad humana, esa complejidad del ser tepiteño, de ser líder de comerciantes, sobreviviente en Tepito. Calvo, afectado de la vista, chimuelo, sin algunos dientes, pero siempre echado para adelante en el legendario barrio bravo.
Nos despedimos, no sin que M.B. le prometiera a Fernando conseguirle un aparato auxiliar para uno de sus oídos.
Al finalizar el viaje, antes de entrar en Jesús Carranza para dirigirnos al Metro Tepito, fuimos al edificio de Peñón donde vivió Armando Ramírez y también Virgilio Carrillo Terronez.
Fue lo último que visitamos. Terminamos nuestro periplo barrial en la estación del Metro Tepito. Fernando entró a la estación subterránea y yo me encamine a mi departamento.
Durante el trayecto hacia mi vivienda, pensé en que Fernando me había comentado que él no acostumbraba ser guía de nadie en Tepito -lo repudiaba, me pareció, por el tono en que lo dijo-, sin embargo, conmigo lo había sido. Excelente, por cierto. Hecho que siempre le agradeceré a mi perenne amigo, Fernando C. Ramírez, el Poeta -no porque lo fuera, o porque escribiera o editar una revista, sino porque en ferrocarriles, donde laboró siempre, sus compañeros lo apodaron así, por su aspecto, de poeta flaco, mal alimentado y desgreñado; poeta desaliñado en el imaginario popular de aquellos tiempos.
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