ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),

ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),
ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO.

Narrar y fotografíar

NARRAR Y FOTOGRAFIAR

para Cuauhtémoc García Arteaga, por su gran amistad.


Si me es posible comunicar, la palabra escrita y la imagen fotográfica me son vitales para lograrlo. Por ello, y por el intimo placer (egoísta, tal vez) que me produce hacer fotografía y cuento literario, abro este blog que me permitirá comunicarme y compartir estas vocaciones con familiares, amigos y, quizás, con algunos desconocidos que por curiosidad o por descuido entren en él.


Mi tema, inevitable para mí, es la ciudad y, en lo personal, mi barrio entrañable, que me ha llevado a realizar largos viajar sin abandonar mi habitación y, con ello, rondar entre sus calles y su arquitectura desmoronada y desteñida, vislumbrar sus entrañas, adentrarme en sus noches y sus amaneceres, en sus días opacos, umbríos y, en ocasiones, radiantes, aunque, muchas veces, éstos otorgan pocas esperanzas para esos seres escondidos, parapetados tras algún estereotipo demasiado gastado por la nota roja y por el paso del tiempo.


Por ello, lo sé o, tal vez, lo intuyo: no existe el ser humano que en el trajín de la vida a la sepultura permanezca ausente, inicuo, sin dejar huella. Siendo así, por ironía y paradoja, la gran mayoría de los que habitan estos rumbos obnubilados, me parece, no son los perversos que dejarán su huella criminal en las sombras de las habitaciones y de las vecindades (como lo imaginan los que temen al barrio). Esa huella no la dejarán ellos. Sin embargo, los que, con anticipación, los rechazan, los sancionan y los condenan (a la vez que denigran los estereotipo que sus "buenas conciencias" recrean a cada momento), sí lo harán, como ya lo hacen, sin ningún remordimiento, los políticos, los oligarcas neoliberales, los líderes sindicales, etcétera...

domingo, 13 de octubre de 2019

LA RELIGIÓN EN TEPITO: IGLESIA DE LA CONCEPCIÓN TEPIQUEHUCÁN (LUGAR DONDE SE INICIÓ LA ESCLAVITUD), EL ALTAR DE LOS CAÍDOS y LA SANTA MUERTE.

I
LA CONCHITA Y EL CATECISMO


La Conchita Tepiquehucán, cuando fue "renovada" su fachada (ca. 2015). Su fachada siempre había sido blanca.

Durante mi infancia acudí al catecismo durante un largo periodo de tiempo 
-mucho debido a la religiosidad de mi abuela materna- . Me parecieron años eternos, dos o tres. Por ello aprendí el catecismo de ida y de vuelta, de atrás para adelante, al revés y al derecho. Eso me llevó a un insoportable aburrimiento y hastío (hoy, después de un buen de tiempo transcurrido, obnubilados, recuerdo el padrenuestro, el avemaría y, tal vez, esforzándome, el credo). Llegué a tal grado de hastío y aburrimiento que fingía distraerme para molestar al catequista. Él no caía en mi trampa. No me sacaba de su sesión sabatina. Yo le simpatizaba y, para acabar de amolarla, me ponía como ejemplo con los otros infantes, permanentes candidatos a la primera comunión (destino de un buen niño católico, apostólico y tepiteño de aquellos años), pues, decía, que a pesar de estar distraído y "en otro planeta" me sabía muy bien el catecismo.

Altar.
Algunas vírgenes y santos, la pila de agua bendita y el Niño de los Juguetes, en la Iglesia de la Santísima Concepción Tepíquehucán.







Así las cosas, no me quedó más remedio que fugarme del lugar donde se inició la esclavitud, según una placa que se encuentra a un costado de la puerta principal de la iglesia, La Conchita, La Santísima Concepción Tepiquehucan (náhuatl: lugar donde se inició la esclavitud; en ese lugar, dicen historiadores, los españoles capturaron a Cuauhtémoc, último emperador azteca). 


Podría encarrerarme por la calle Tenochtitlán para llegar a Fray Bartolomé de las Casas y de ahí dirigirme a la iglesia de San Pancho. Otra ruta que también podría seguir, era la de, a espaldas de La Conchita, encaminarme por Constancia, llegar a Toltecas y entonces dirigirme hacia los mercados de Tepito (el de zapatos, el de usado y el de abasto) para llegar a la iglesia de San Panchito, de San Francisco de Asis (otra antigua iglesia de Tepito, de los mil seiscientos y tantos, más o menos. La otra iglesia es la de Santa Ana, en Peralvillo. Donde, dice otra placa, Mariano Matamoros oficio misa antes de unirse a José María Morelos en su lucha por la independencia de nuestro país. Las tres iglesias si se unieran con líneas invisibles, formarían un triángulo, hecho místico según algunos.)

Pero, bueno, mi idea no era ir de una iglesia a otra para acabar nuevamente en el catecismo. Por supuesto que no. Al lado de la iglesia de San Francisco estaba el polvoriento campo de futbol que aún no era denominado, como en estos días, Maracaná, por los pretenciosos vecinos tepiteños. Años después las autoridades, gradualmente, lo enrejarían, le pondrían gradas y, últimamente, pasto sintético.


Desde ese tiempo los equipos tepiteños, infantiles o mayores, han dado buenos partidos futboleros en el que hoy ya es el bien iluminado Maracaná de Tepito (en la actualidad se encuentra casi oculto entre el piélago de puestos y lonas callejeras del famoso tianguis barrial).


Así fue como cambié el catecismo por mi afición futbolera (actualmente ya no tanto)... 


Asimismo, mi abuela se enteró, por medio el catequista, que ya no continuaba asistiendo al catecismo. Recibí reprimenda y condena al infierno si no continuaba con esa práctica. Regresé, pero seguí escapándome. Mi madre y mi abuela continuaron con su hostigamiento aún después de que les cumplí haciendo mi primera comunión en la parroquia donde se inició la esclavitud, mi temprana esclavitud infantil, de la que no tardé en liberarme.




II

EL ALTAR Y MURAL DE LOS CAÍDOS.



En 2013, a Luis Arévalo, el zapatero por siempre -y posteriormente a otros compañeros de la cultura en el barrio: Luz María Cadena, Jesús Télles y otros-, le propuse que a partir de la experiencia de Tepito Arte Acá, La Peña Morelos y de su Taller Libre del Arte del Calzado, creáramos El Martes de Arte en Tepito. Realizaríamos eventos culturales, artístico, a la vez que incluiríamos murales y talleres, propuso Luis, en el pequeño jardín que se ubicaba en la esquina que forman Vidal Alcocer y Eje Uno Norte (Granaditas) -por ahí también cruza Avenida del Trabajo-. Pronto, el nuevo espacio obtuvo muy buena respuesta de los vecinos. Sobre todo, los talleres de pintura, guitarra, y los de enseñanza gratuita de oficios: talabartería, bisutería, elaboración de calzado, electricidad, entre otros. Participaban desde niñas y niños hasta hombres y mujeres, incluso adultos mayores de ambos sexos.

Pasaron las semanas, los meses, y al lugar empezó a llegaba gente a saludar a Luis -que es bien reconocido en el barrio-. Entre ellos se acercó un joven pintor que utilizaba el aérografo para realizar anuncios, letreros comerciales y murales religiosos. Supe entonces que él había pintado el Mural de los Caídos (o mural de los Ausentes, como lo denominan en el Maps de Google), que se encuentra en la esquina que forman las calles Mineros y Carpintería. Por aquellos días lo retocaría porque los vecinos que lo habían erigido, responsables de su cuidado, por económico, le habían encargado a un pintor de brocha gorda que lo restaurara y no lo había hecho bien. Querían que volviera a quedar como la amistad de Luis lo había pintado, utilizando el aerógrafo, y lo llamaron nuevamente. Me puse de acuerdo con pintor para que cuando estuviera realizando su restauración me permitiera hacerle unas fotografías.


Llegó el día en que Luis me aviso y fui a encontrarme con el pintor. Ya estaba trabajando en su obra. Con su permiso empecé a hacer fotografías del mural. Pero, me advirtió, nada más del mural, no más allá. Bien, le dije. Sin embargo, en poco tiempo se acercaron dos jóvenes. Me miraron, turbios. Tú, ¿qué pedo? ¿Qué haces?, me preguntó uno de ellos. Le hago fotos al mural, respondí, medio ciscado. El pintor intervino: Viene conmigo, no hay pedo. Ah, dijo uno de ellos. Pero a mí no, a mi no me fotografíes, culero, me dijo el otro. Va, nomás al mural, respondí.





La verdad es que ya no hice más fotografías, o unas cuantas más (que ahora tengo extraviadas). Me saqué de onda, me sentí incómodo, vigilado, como amenazado por ese par de "malandros". Estuve un rato más y poco después me despedí del pintor.



Yo había escuchado que esa calle era "pesada", la droga se distribuí por allí. Pero nada más. No sabía mucho de lo "peligrosa" que era. Tampoco sabía del contenido del mural y de su significado.

Pasaron los años sin que yo regresara por allá. Pero, como dije, al Martes de Arte llegaba gente de todo tipo. Por el año 2012 (ca.) había llegado Faro Barrio (Faro, era su nahual), un personaje con tipo de alemán -afirmaba que su padre era de aquella nacionalidad, desembarcado en Veracruz, en donde se había casado con una indígena de la costa veracruzana, del que él era descendiente-, buen diseñador y pintor, empeñado en lograr la restauración del Mural de los Caídos. Por ello, me pidió que hiciera unas fotografías de ese mural para integrarlas a la solicitud que entregaría a la Delegación Venustiano Carranza. Reparé en su solicitud, recordando lo sucedido con anterioridad. Me afirmó que no había riesgo, que los vecinos sabían de lo que pretendía y tenía su consentimiento. Faro les había comentado que su solicitud a las autoridades consistía en que techaran y restauraran las imágenes del mural. 

Para ese tiempo, El Mural de los Caídos, ya había sido abandonado por completo y se había deteriorado con el paso del tiempo (como hasta hoy). 




Aquel día hubo muy buena luz de atardecer. El ambiente, en Mineros y Carpintería, había cambiado, ya no se sentía "pesado". Ningún "malandro" se acercó amenazante ni nadie nos estuvo "vigilando". Pude hacer las fotografías que quise y como quise. Faro me sugirió algunas tomas para que pudiera armar todo el mural en una sola imagen, como posteriormente lo hizo.



Poco tiempo después, a Faro Barrio le entregué (en una memoria USB que me proporcionó) copia de las fotografías que había tomado del Altar de los Caídos. Incluían detalles de los nombres, o apodos, grabados en el enorme crucifijo de madera y de los personajes, incluidos "cábulas" o "malandros", que, según iban falleciendo, sus imágenes eran integrados al desfile que aparece en el mural que es parte principal del Altar de los Caídos (o de los Ausentes). 



Por su parte, Faro Barrio nunca consiguió que la Delegación (hoy Alcaldía) Venustiano Carranza, restaurara y techara el Mural de los Caídos (puede decirse que por obvias razones). 




III

LA DEVOCIÓN POR LA SANTA MUERTE.



Con todo respeto a este sitio y sus creyentes, el altar dedicado a la Niña Blanca, siempre lo he considerado como uno de los lugares más "turísticos" del barrio de Tepito. Por devoción o por curiosidad, atrae gente de todas partes. 

Algunos vienen con sus cámaras fotográficas y otros con las de video. Los cientos de devotos que vienen de todas partes de la ciudad y de los estados vecinos a la ciudad de México, siempre cargan con sus esculturas o imágenes enmarcadas de la Santa Muerte, de todos los tamaños, vestidas con el color correspondiente al favor que quieren pedir a la Comadrita de su devoción: salud (el alivio de una enfermedad terminal), dinero, amor, la libertad de un pariente preso, o ingresar a la universidad, o que los problemas familiares se solucionen, o no falta el cábula despistado que se avienta a pedirle que le ponga al "bueno" para que lo aliviane de la pobreza, aunque sea por ese día... Aunque, bueno, maldades no pidas, porque la Niña Blanca te la puede devolver si no le cumples o si no le eres fiel. Porque es celosa, muy, y no admite que la cambies por otra devoción. Te pide poco, una manzana, un cigarro, hay quien le pone las mitad de un churrito de mota, una moneda, un ramo de flores, lo que puedas ofrecerle, pero no soporta la infidelidad, no la perdona. Así que cuidadito si abandonas su devoción o le pides algo inconveniente. Ella te lo cumple, pero también, advertido, te lo puede devolver. Y se va sobre ti, pero antes que nada, se cobra en contra de tu familia.




Según los decires del barrio, doña Enriqueta Romero inició esta devoción a partir de que uno de sus hijos, al que fue a visitar en el reclu (donde él había adquirido esta devoción), le obsequió una escultura de la Santa Muerte. Cuando regresó a su vivienda, en Alfarería, la colocó sobre un buró y le pidió, le rogó en devota oración -como le sugirió su vástago- que intercediera para que fuera liberado. Al poco tiempo su hijo quedó libre, sin culpa. Desde entonces en doña Queta creció su devoción por la Santa Muerte, la Niña Blanca. Por ello, no tardó en establecer afuera de su vivienda, en Alfarería, el primer altar dedicado a la Santa Muerte, en Tepito, en la Ciudad de México, hoy el más famoso. 




Ahí mismo, en poco tiempo, a un costado del altar, doña Queta abrió una tienda para que el creciente número de creyentes y devotos a la Niña Blanca, adquiriera, desde imágenes, esculturas, oraciones, estampas, veladoras, medallas, hasta rosarios. Por supuesto, la fe en la Santa Muerte no está peleada con los negocios derivados de esta extendida creencia.