ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),

ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),
ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO.

Narrar y fotografíar

NARRAR Y FOTOGRAFIAR

para Cuauhtémoc García Arteaga, por su gran amistad.


Si me es posible comunicar, la palabra escrita y la imagen fotográfica me son vitales para lograrlo. Por ello, y por el intimo placer (egoísta, tal vez) que me produce hacer fotografía y cuento literario, abro este blog que me permitirá comunicarme y compartir estas vocaciones con familiares, amigos y, quizás, con algunos desconocidos que por curiosidad o por descuido entren en él.


Mi tema, inevitable para mí, es la ciudad y, en lo personal, mi barrio entrañable, que me ha llevado a realizar largos viajar sin abandonar mi habitación y, con ello, rondar entre sus calles y su arquitectura desmoronada y desteñida, vislumbrar sus entrañas, adentrarme en sus noches y sus amaneceres, en sus días opacos, umbríos y, en ocasiones, radiantes, aunque, muchas veces, éstos otorgan pocas esperanzas para esos seres escondidos, parapetados tras algún estereotipo demasiado gastado por la nota roja y por el paso del tiempo.


Por ello, lo sé o, tal vez, lo intuyo: no existe el ser humano que en el trajín de la vida a la sepultura permanezca ausente, inicuo, sin dejar huella. Siendo así, por ironía y paradoja, la gran mayoría de los que habitan estos rumbos obnubilados, me parece, no son los perversos que dejarán su huella criminal en las sombras de las habitaciones y de las vecindades (como lo imaginan los que temen al barrio). Esa huella no la dejarán ellos. Sin embargo, los que, con anticipación, los rechazan, los sancionan y los condenan (a la vez que denigran los estereotipo que sus "buenas conciencias" recrean a cada momento), sí lo harán, como ya lo hacen, sin ningún remordimiento, los políticos, los oligarcas neoliberales, los líderes sindicales, etcétera...

jueves, 22 de diciembre de 2011

¡EN ESTA ESQUINA, EL ÚLTIMO BOXEADOR FAMOSO DEL BARRIO!




¡EN ESTA ESQUINA, EL ULTIMO BOXEADOR FAMOSO DEL BARRIO BRAVO!

Octavio  Gómez, 2011.

Octubre del año 2004
I

El Famoso entrañable del Barrio de Tepito

y las cicatrices que le dejó su profesión, nacieron en el barrio que de por sí tiene una tradición de peleadores bravos (entre otros, Rodolfo Martínez, el Halimi Gutiérrez, José Medel El Huitlacoche, Raúl El Ratón Macías, Luis Kid Azteca Villanueva Páramo).
Octavio Gómez nació el 30 de marzo de 1944 y fue enterándose de su existencia precoz durante los días, los meses, los años, en que la prostitución rampante, en su ir y venir, recorría las calles de Toltecas y Rivero.
Las putas rondaban desde el mediodía, bajo la resolana inclemente, siguiendo el trazo de las paredes encaladas, de ladrillo de adobe, entre moscas, envueltas por los olores de la caballeriza y el establo cercanos. Las mujeres de rasgos provincianos transcurrían frente a los talleres de reparación o de acabado de calzado, caminaban entre las mesas y herramientas de los otros oficios que se ejercían sobre la baqueta o afuera, y dentro, de los zaguanes salitrosos y desamparados, o se mezclaban con la gente que, sin descanso, entraba y salía de las vecindades agotadas cuyos techos eran sostenidos por vigas carcomidas por polillas; o, esas mujeronas, robustas o delgadas, morenas casi todas, se recargaban a un costado del caramelo de las peluquerías y platicaban con los clientes a los que, dentro, les recortaban el pelo o esperaban su turno. Entretanto, el “chicharo”, joven aprendiz de peluquero, barría el piso del establecimiento. Más allá estaban, a la orilla del terroso arroyo público, las tiendas, los estanquillos, las fondas de comida corrida, los puestos de verduras o de vísceras, o de carne de caballo, armados con madera y láminas; las recauderías, los marchantes, los cargadores, los delincuentes, los ayateros, los vecinos y los padrotes que entre trago y trago de cerveza, o rasgando la guitarra y entonando cantos desafinados, vigilaban a sus mujeres sentados enfrente del lupanar simulado que se hallaba en la esquina suroriental de las calles de Rivero y Toltecas. Dentro de aquel predio sólo unas cortinas de tela desgastada y mugrosa separaban los catres donde las mujeres brindaban sus servicios a sus clientecitos. (El Famoso, dice, con la picardía recobrada de aquellos recuerdos, rimando: “el colmo de un padrote infiel, era tener hijos que no eran de él.”)
La mano derecha.
     Con aquellas mujeres, el púber Famoso tuvo sus primeras experiencias sexuales. Primero de mirón desde las azoteas, a través de las láminas de los techos. Después como mandadero. Luego, por unas cuantas monedas, las mujeres permitieron que el chamaco les levantara la falda y las tentaleara. Hasta que una noche, anhelante, termino por irse tras una de ellas.
     Franqueó el umbral del lupanar. Avanzó unos cuantos pasos tras ella. Hizo a un lado la cortinilla y se detuvo frente a un catre desvencijado. La mujer se había recostado, ofrecida, abierta, delante de él. Lo que siguió, aconteció en un santiamén, en un abrir y cerrar los botones de su pantalón.
     Por aquellos tiempos ya era un cabroncito que no le daba la vuelta a las broncas callejeras. Fue famoso por eso, y porque su padre, don Octavio Gómez Morán, pintor de letreros en la calle de Peralvillo, le había puesto desde chiquito el apodo del Famoso (tal vez porque creía adivinar, ilusiones de progenitor amoroso, que el destino de su hijo lo llevaría a la fama y al reconocimiento en alguna profesión). La neta, por eso terminó siendo el Famoso, por los pleitos que a mano limpia, en la calle o en la vecindad, casi diario protagonizaba, y en los que siempre salía vencedor. Esos fueron los pleitos que lo hicieron famoso en el barrio. Si alguien quería rifarse una bronca, así nomás porque sí, se topaba con el Famoso, que flaco y todo les daba en la madre, al revés y al derecho. Luego le vino lo de ser reconocido como Octavio Famoso Gómez a nivel nacional, por sus pleitos sobre la lona del ring amateur y profesional.
     Porque, más adelante, para completarla, reunida toda su admiración hacia Raúl Ratón Macías, se halló frente a un gimnasio donde entrenaban algunos boxeadores. A la mañana siguiente regresó para ya no dejar de golpear la pera ni el costal, ni al oponente sobre el encordado, sino hasta después de 24 aguerridos años. Hizo poco más de 130 peleas de boxeador amateur, asistió a los panamericanos de Panamá, ganó los Guantes de Oro en su categoría y estuvo a punto de ir a la olimpiada de Tokio. Nomás que, poco antes de subir al avión, una decisión de los federativos lo eliminó de la delegación olímpica. Por ello, mejor decidió encaminarse por el rumbo del boxeo profesional, donde ya no le importaría llevar la cuenta del número de sus peleas, ni de cuántas ganó o cuántas perdió.
     No se sintió extraño sobre los encordados profesionales. Por algo, desde siempre, había idolatrado a los boxeadores del barrio. Primero fue, como ya se dijo, el Ratón Macías, a quien iba a contemplar al frontón de Las Águilas, en Avenida del Trabajo esquina con la calle Labradores. Luego de la admiración por el Ratón Macías, por sobre todos, idolatró a José Medel, El Huitlacoche, a quien veía en las calles del barrio y no ocultaba la sublimación que sentía por él.
     Así pues, encaminado hacia el profesionalismo, logró ingresar al establo del Negro Pérez, manager de abolengo. Para empezar lo puso de sparing de Vicente Saldívar, campeón mundial, quien no tenía consideración para el desconocido Famoso y lo golpeaba como si estuviera en combate contra un gallón, por el campeonato y con muchos billetes verdes de por medio.
Al Famoso no le importaron demasiado las madrizas que le propinaba Vicente; o, neta, sí, pero se aguantó porque bien que sabía a lo que aspiraba.
     Pasado ese aprendizaje amargo, ya enfilado en el boxeo, llegó lo chido: viajó a los Estados Unidos, a París, a Inglaterra, a Japón; peleó con negros y orientales, con su compadre Rubén Olivares y con el Alacrán Ramírez, con Rodolfo Martínez, otro tepiteño chingón… Y, además, en su apogeo de popularidad, en compañía de alguno de esos boxeadores, hizo cine, teatro de revista y de cabaret. Aunque con ello incrmentó el riesgo del alcoholismo y de alguno que otro vicio más. En esos desmadres fiesteros siempre lo acompañaron un chingo de amigos, presentes en las buenas, pero ausentes en las malas.
El Famoso Gómez.
     Así fue como se le desgastó el tiempo, hasta que, de repente, si decir agua va, viéndose a sí mismo, traqueteado, se encontró en medio de la soledad más perra y alejado del barrio, lamentando el no haber sido campeón mundial de boxeo –por supuesto, lo bailado nadie se lo podía quitar; pues había viajado y conocido el museo de Louvre, la Gioconda, la casa del Greco, sus grabados, las corridas de toros en España, la paella española, entre muchos placeres más.
     Sin embargo, sin el boxeo, su recurso natural de sobrevivencia en la vida, se encontró abriendo los ojos a una existencia, no tan ajena, nuevamente desalentadora. Ahí se encontró con la novedad aborrecida de que uno de sus hijos estaba hundido, “hasta las manitas”, en el consumo incontrolable de la droga.
     Eso le valió, reaccionó como padre acorralado. Metió a ese hijo entre las cuerdas del ring, lo puso a entrenar como desenfrenado, lo preparó, lo encaminó, fue su manager. Hizo excelentes combates. Parecía enfilarse al campeonato mundial de su peso. Pero recayó, el vicio lo desmadró. Se retiró para recuperarse. Y cuando quiso regresar, los años se le habían echado encima. Aun así, padre e hijo regresaron al gimnasio. Un promotor cubano les habló desde Miami, Florida. Se los llevó. La televisión por cable pagaba más, les dijo al llegar. De la noche a la mañana se armaba la arena en el estacionamiento de un hotel. El promotor se encargaba de todo. Pero eso sí, que necesitaba un peleador para peso gallo… que necesitaba un peleador para peso pluma… No importaba, ahí estaba el Famosito dando el peso a como diera lugar. Ganó y perdió y ya no pudo más. El año pasado, aquí en la ciudad de México, hizo una pelea en un bar. Perdió ante la mirada impotente de su padre… Quien hoy se encuentra preocupado, obsesionado. Los años, la fama, los buenos ingresos económicos, se le han escurrido como líquido entre los dedos de sus puños maltratados. Con siete hijos, dieciséis nietos, su mujer, y sin la fama efímera que le dejaran sus apariciones sobre los encordados y, de pasada, en la pantalla grande, hoy solamente rememora recuerdos de aquellos tiempos.
     Si un pendejo, masculla el Famoso, llega a la vejez sin nada (este año él cumple 60 de existencia), la familia lo arrincona; pero si ese mismo pendejo tiene billetes en el bolsillo, lo cuidan, lo arropan sus familiares.
     Así que, en la actualidad, empujado por esa sentencia que se cree a pie juntillas, Octavio Famoso Gómez, irrazonable o razonablemente, en busca de encontrar una solución a sus preocupaciones, acude a la lectura. Sin más, todas las mañanas lee a Federico Nitche, Zaratustra. Tal vez, se dice, en el nihilismo devastador del filósofo alemán encuentre una alternativa. Porque, aduce, quizás en los caminos más inesperados se encuentra una solución a los pedos que lo traen a uno pendejo.
     Por ello, por si acaso o por si no, en medio del transcurrir de sus apuraciones y preocupaciones, el Famoso también ha ido escribiendo un libro de pequeñas narraciones inspiradas en las múltiples anécdotas que vivió durante su carrera pugilística. A la vez busca a quien le haga la corrección de estilo a sus textos. Quiere hacer negocio con su libro.
     Asimismo, en compañía de su pareja de actuación, Salvador, más conocido como el Cócoro, se pone a ensayar. Tal vez, sin confesárselo, considera que todavía tiene chace de regresar a la farándula y ganar unos pesos. Por ello, siempre que tiene oportunidad, en las casas de cultura y en los centros sociales del barrio, presentan sketches, escritos por él mismo, frente a un público de alcohólicos anónimos (sus temas moralistas son para ellos invariablemente). Porque, sin poder alejarlo de su pensamiento, sin poder detener el paso de los días fugaces, no deja de elucubrar, preocupado, lo que podría acaecerle en el futuro que se le está viniendo encima.
     Entretanto, bien le sirve contar con la entrada económica que le da el entrenar, en el gimnasio empobrecido del barrio –precisamente enfrente del frontón de Las Águilas, donde contempló en persona a su primer ídolo del boxeo, Raúl Ratón Macías-, a los jóvenes que anhelan ser boxeadores profesionales reconocidos, como lo fue, alguna vez, Octavio Famoso Gómez.




CONVERSACIÓN.


El Famoso, 2011.


II

El Tepito entrañable del Famoso Gómez

Había leído uno de sus cuentos y me interesaba platicar con su autor. Por ello, en el año 2004, me encontré con el Famoso, en el gimnasio de Las Águilas, en el Barrio de Tepito, lugar en donde, luego de las primeras de cambio, sin miramientos y con cierto resentimiento, argumentó que estaba cansado de trabajar con administradores que no sabían nada de boxeo:
“…Pero ya, yo ya no quiero estar aquí. Prefiero irme a donde haga cosas. De lo que te dije hace rato. ¿No? Mis eskechitos y escribir y hacer todo eso. Eso lo prefiero a lo que estoy haciendo aquí. Por que el box lo puedo seguir haciendo, no allá, aquí mismo. Puedo venir y ser un entrenador gratuito. O en otro lado, o en mi casa, me hago un pinche gimnasio. Es fácil, yo sé cómo. Yo sí puedo hacer un gimnasio, fácil. Tengo espacio y tengo todo. ¿Me entiendes? Si me diera por el box, por enseñar, no creo, ¿no? Pero ya, yo creo que voy a estar más liberado...”
El recto y hacer bending.
Después de un rato, cuando dejó de lamentarse de sus penurias en el gimnasio de boxeo, agarrando vuelo, se adentró en sí mismo, en el transcurrir de su vida en el Tepito de sus entrañas y sus afectos, en los personajes involucrados en su infancia y su juventud, en su vida de cábula y madreador…
“Nos fuimos, este, mi jefe siempre andaba pa’llá y pa’ca, para Peralvillo. Entons cuando ya estaba yo grande, tenía como diez once años, nos cambiamos aquí, a Rivero. Dice volvemos a Tepito, vieja, que la chingada. Órale. Entons yo ya sabía quién era el Ratón Macías, y a mÍ, pus, me fascinaba, ¿no? Yo sabía que él era de aquí de Tepito. Entons, en cuanto estaban descargando todos los muebles de la pinche camioneta esa que nos trajo, para entrar a la vecindá, en Rivero número 57, entre Jesús Carranza y Tenochtitlán, yo pregunté, oiga, ¿dónde veo al Ratón Macías? Dice, ah, está en el frontón. Mira te vas por aquí y por acá, esto y lo’tro. Entonces yo ya me desprendí y me vine y lo veo ahí, jugando frontón. Inconfundible, ¿no? Pus yo lo conocía de los periódicos, de las peleas y todo. Y entonces, este, lo comencé a… No pus él… Él brillaba, tenía un áurea que yo se la veía. Sobre todo. Los demás no. No había nadie más que él. Ahí. Y fue una impresión fabulosa. Yo un… un… Nunca imaginé que un día iba yo a venir a trabajar aquí, a esta madre, donde conocí al Ratón Macías. Y de ahí, pues, ya, un ídolo. Pero pasaron los años y yo ya me hice peleador y todo. Y verifiqué su carrera y… y se me acabó la… este, emoción de… de la admiración por él, ¿no? No era precisamente… No era envidia ni nada. Por que entre nosotros no, no hay envidia, siempre reconoce uno la calidad de la melcocha, ¿no? Aquí, en el box, de uno con otro. Por ejemplo, Rubén Olivares, no ha habido un boxeador como él, aquí en México. Tan fino, tan fuerte, tan neto… Pero aquí, en Tepito, por ejemplo, después José Medel. No pues fue una… una… este, una tradición. Él hizo una tradición como persona, con su… su… su físico, su figura, su… Todo lo que uno veía en el ring, en su trabajo de… de peleas que le costó tanto, tanto trabajo, llegar… Después de unas madrizas, de todo. Pero, pero ya, ya… Cuando él estaba hecho como José Medel. Verlo caminar en la calle, aquí, parecía como un monumento viviente. Era algo... Algo fabuloso ese cabrón. Tenía una… una áura diferente. Muy… muy buena gente. Él era muy… Era un pedazo de Tepito que podía caminar y andar por todos lados. Como una luz que andaba por todos lados. Porque así, así era. Porque inspiraba… A los que lo veíamos cuando éramos chavos, queríamos ser como él, ¿no? Eso era. Eso era, una grandeza para el barrio. Gente como esa. Cuando se van acabando esos cabrones parece que el espíritu de Tepito se va… este… se va haciendo… como que se va borrando, cabrón. Porque nos hace falta uno de esos ahora. En cualquier… de cualquier… de cualquier manifestación, de cualquier deporte, o arte, o… En cualquier medio. Pero alguien así, ¿no? Que antes estuvo el Ratón, antes estuvo el Chavo de la Torre. Estuvo, este, ¿cómo se llama?, el compañero éste que era zurdo. Ya está viejito. Bueno, ‘orita se me escapa su nombre. Y él y Medel, que era una cosa… El famoso Huitlacoche… Sí, fuimos muy amigos, muy amigos, bastante… No, es que eso era, todo lo que te acabo de describir, eso era aquí en Tepito. Yo así, así lo veía, cuando… Desde antes que fuera mi amigo. Yo lo veía, cuando… así, empezaba a pelear. Él ya era campeón de México. Y así se me hacia. Y yo les preguntaba a los otros chavos. Y igual. O sea, decían lo mismo que yo. O sea, estaban de acuerdo conmigo. Yo les decía que… qué grande, ¿verdá?, ¿qué…?  No sabía, este, discernir o… ponerle un adjetivo para calificarlo como… como un espíritu del barrio, ¿no? Viviente, un espíritu encarnado, ¿no? Altamente positivo. No sabía cómo discernirlo, pero… pero yo le preguntaba a los chavos: ‘¿Cómo lo ves?’ ‘Mira, ahí está Medel.’ ‘Ay, mano, lo agarré y me saludó, que la chingada.’ ‘Salúdalo.’ ’Sí, sí, yo también.’ ‘¿Verdad que… que es chingón?’ ‘Sí, a toda madre.’ ‘¿A poco no quieres ser como él?’ ‘Sí, cómo no.’ ‘Pus vamos al gimnasio, que la chingada.’ O sea, y yo no era nomás, no. Todos, muchos, todos los niños de nuestra época que lo conocimos cuando éramos chavos. Al Ratón igual, a gente así. O sea, eso… eso… no se me olvida. Porque yo soy de aquí. Y así, por donde caminaba, él iba derramando algo. Como dice la canción, ¿no? La Flor de la Canela, ¿no? Ja, ja, ja. Es el pinche Huitlacoche de Tepito, ¿no? Eh, en… en los pinches empedrados, en la vecindá, en… bailando, en su casa, con su mamá, con su papá. Yo me acuerdo cuando iba ahí, su… su papá tenía un puesto ahí en el mercado. De ahí es mi esposa. Ahí en el mercado de ahí de Tepito. Su mamá tenía un puesto también. Ella ‘orita está vendiendo calaveras ahí. Mi señora, con mis hijos y todo; mis nietos y la chingada, ahí. Sí, yo soy, somos de aquí, del… Fieles, trabajadores y la chingada. O sea que las pláticas que llegamos a tener… Un día fuimos a pelear a… ¿a dónde?... a Guadalajara. Entonces el, este, yo iba a pelear con el hermano del Alacrán Torres. ‘Tonses subí a pelear y ahí tenían una televisión en el camerino donde estábamos, ahí. Y entonces, este, yo subí en una de las preliminares. Aunque eran puras peleas estrellas. Y Medel iba a pelear. Y el Alacrán iba en la estrella porque iba a defender su campeonato mundial de peso mosca, que le había ganado a aquel con quien dio una pelea tremenda en El Toreo. Entonces, este, yo le gané a su hermano. Bueno, le puse una chinga a su hermano del Alacrán, pero dieron decisión. Y entonces cuando entré, él me dijo, este, dice, pinche Famoso, dice, que… que… cómo has aprendido. No, dice, qué madriza. Qué bonito boxeas, te felicito, cabrón. Digo, pus ora vas tú, cabrón. Adelante, órale. Ya subió a pelear. Ahí lo vimos. Le puso un piche paseo a un… a un… pinche japonés. Le puso una madriza. Ya cuando llegó ahí estaba… quitándole… bueno… este, ahí arreglándose y la chingada, cuando llegó el japonés, que todavía venía sangrando de la pinche ceja que le había cortado. Y entonces con un intérprete le dijo que le tomara una foto ahí junto a él, que lo abrasara y lo besó. Y le dijo que para él era un gran honor haber peleado con una figura como él; que en su tierra, ahí en Japón, no había, no se había parado un boxeador tan fino y la chingada. Y un traductor le dijo. Y estaba llorando de la felicidad que tenía de haber peleado con él. Todo madreado, ¿no? O sea que… Ya de ahí nos fuimos a su casa del Alacrán que no invitó a una tocada allá. Ahí andaba el pinche Alacrancito, todo madreado, con un ojo ya cerrado. Y ahí todos convivimos y a todo dar. Yo andaba bailando ahí con una hermana de ellos y… y como si nada, ¿no? No, no pasó nada. Todo a toda madre. El Alacrán me había ganado a mí. O sea, Medel ya le había ganado al Alacrán o se aventaron una pelea ya. O sea, una camaradería… Algo, algo fabuloso, ¿no? Y Medel era el estrella de la fiesta, ¿no? Él, él, él era, era. Porque ya tenía historia. Él tenía, era veterano, ¿no? Y con todo su sencillez y todo. No, era un cuate muy sensible, muy acá, muy a toda madre, ¿no? Y luego fue… este, se fue acabando. Porque resulta que a él, las autoridades de aquellas épocas lo admiraban mucho. Entons le dieron trabajos en el gobierno. Él tenía dos o tres trabajos que cobrar en el gobierno. Cuando entraron otros nuevos, otras nuevas, este, administraciones y todo eso, le quitaron una, un sueldo. Y se comenzó a angustiar. Luego le quitaron otro, peor. Y de la pinche angustia se enfermó. Le dio cáncer en la próstata. Y hasta que se murió. Todavía anduvimos allá jalando con un… un cuate que iba a ser, este, delegado político en Azcapotzalco. Nosotros anduvimos en su campaña. Medel, yo, este, una flota. Y yo sabía que estaba enfermo. ¿Qué pasó, pinche compadre, cómo estás? Nos decíamos compadres porque íbamos a ser compadres. ¿Cómo estás, cabrón? Que no, bien, bien. Él nunca se quejó, nunca, siempre bien, bien, bien, que… Pero ya estaba malo, ya lo habían operado. Luego estuvo enfermo… este… este… ¿cómo se llama?… Silvestre Mercado, que él era una gran amigo de nosotros, de todos, ¿no?, acá. Namás que como le dio la dibetis, comenzó a enfermarse del sistema nervioso. Entons le digo, vamos a ver a… a… que estaba en el hospital. Le digo a Medel, vamos a ver a Silvestre, ¿no compadre? Dice, no compadre, ni vayas, dice, nomás te ve y te mienta la madre y te dice un chingo de cosas. Le digo, no, pero si está enfermo. Tú no sabes lo que es la diabetis, cabrón. Trastorna los nervios… Vamos a verlo, siquiera que vea que… que… Porque él nos dirá todo eso, pero en el momento que ya está, se tranquiliza, nos agradece que… que sabe que tenemos… No se siente solo, cabrón. Le digo ese es otro pedo. Él así será pero por la enfermedad. Pero en su lado sano, él nos quiere y nosotros le hacemos un bien con ir a verlo, cabrón. Y, este, no, no. Ya no quiso, no quiso ir. No quiso ir él, por eso. Pero es que él también ya estaba enfermo. Ya, lo que pasa es que ya no lo quiso ver enfermo, para no… para no… bajarse, afectarse más él. Yo sí fui, lo… lo vi a él. ¿Qué pasó, pinche compadre? ¿Qué pasó pinche culero? Que no vienen, que la chingada. Ya, ya sé, ya qué, nos comenzó a decir de cosas, ¿no? Y ya, nomás. Estamos escuchando. Pus venimos, ya mano, a que estés contento, güey. Que te acuerdes. Te traigo un pinche cuento nuevo. No, chinga tu madre. Estaba enojado. Hay ves, de eso es la pinche diabetis, trastorna el sistema nervioso y pus ya. ¿Qué… qué esperamos, no? Pus si no comprendemos, pus no. Él sí nos apreciaba y nos quería un chingo también. Pero pus no lo podía demostrar. No lo dejaba su sistema nervioso, ¿no? Y se cumplió. Pero, este, no, ese Medel fue algo, algo fabuloso, eh, la verdá. Y con él murió el último grande de aquí de Tepito. El último que… El último que alumbraba, aunque estuviera oscuro, el barrio. Y ya, a pesar de que ya… chingamadral de gente ya no es del barrio. Viene de otros lados. Es más, el barrio ya son puras bodegas. Eso, no sé en qué va acabar. Pero de que va a subsistir, porque Tepito es como… es como el Ave Fenix, revive de sus cenizas, vas a ver. Y más ahora. Se está acabando, se está acabando, eh, se está acabando, la… la… la realidá es… bueno, está cambiando. Es otra, es otra ya. Y ya, pus no estoy integrado en el Tepito actual. Realmente no… no… no me late, vamos. No me late porque no se puede hacer nada. O sea, los únicos que pueden hacer algo son las autoridades, pa’ pronto, ¿no? Las autoridades que por lo pronto vengan a echar a… a… todos los pinches coreanos de aquí. Que salgan todos, que los… que los… que les hagan una investigación a cada uno, para ver por qué están aquí, ¿sí? Y órale, vámonos. Saliendo ellos, va cambiar todo. Porque muchos de los asesinatos, y todo ese pedo, son de ellos. De gente que los ha asaltado, les ha quitado algo; los mandan matar. O deudas que tienen también. Y también que están metidos en la… en… en el tráfico de drogas y todo. Pus tienen un chingo de dinero y son muy trabajadores. Y son como las pinches chinches o como las cucarachas. No, como las pinches… ¿Cómo se llaman ésas que están debajo de las piedras?… Como las lombrices, siempre están escondidas. ¿Dónde ves a los culeros esos? Y hay un buen de culeros muy ricos ya. Esos deben de salir de aquí. Ya se infiltraron, eh. Al ratito va ver puro de esos ya. Tepito… Si… si… si las autoridades no meten mano de esa forma. Pero para que una autoridad quiera hacer eso. Una alta autoridad que tenga el poder, necesita sentir algo por esto. Que esté sobre el dinero y sobre todo. Si no… Y eso va a ser un milagro, ¿no?…"
Golpear el costal cuando viene no cuando va.
“…Y había otros como el Ostión Beltrán. El, este, ¿cómo se llama? El Beto Ojeda. El este compa que, ay, un chavo que era… era… Ai anda. ¿Cómo se llama? Es ora, este, hojalatero. Ese cabrón en una… una final de Guantes de Oro le rompió la quijada al Rubén Olivares. Sí… Este, el Halimi Gutiérrez. Aquí viene, aquí trabaja conmigo, sí. Bueno, ya no, yo ya no soy nada. Aquí trabaja. Yo era su administrador. Eh, sí, eh. Pero ya no hace nada porque está enfermo. O sea, no, este, él, algunos otros peleadores. El Tomás Savala que anda… Luego se aventó para diputado. Personajes. El Pinocho, el Pinocho Gutiérrez. Rodolfo Martínez, no, pinche peleadorazo tan tremendo. Este, Enrique García. Todos, todos ellos, hacíamos una… Hicimos un equipo de futbol. Y ahí se nos juntaron los jugadores del Atlante. Aquel Rivas, este, ¿cómo se llama? Y el ídolo de aquí de Tepito, el Manolete Hernández. No, pe… pero… Qué fino es ese cuate también, qué buen... buen exponente del barrio ese. Ése también tiene. No, no, no, hay gente, hay gente suave. Y los toreros. El Alfredo Acosta, ai anda todavía. Y el Paquiro. Son banderilleros. El mejor banderillero que hay en México es este, Alfredo, Alfredo Acosta. Él estaba ahí en Rivero, su papá era… este… componía guitarras y hacía guitarras. Ahí vivía juntito. Ahí aprendí yo a tocar la… la guitarra. En Rivero. Sí, y todavía es… es… torero él, el chavo. Bueno, ya no chavo. Ya tiene, ¿qué será?, le llevaré yo unos tre… unos cuatro, cuatro años cuando mucho. Somos amigos desde la infancia. O sea que… Y luego todas las… las señoras de Rivero. ¡‘Uta madre! Cuando quitaron ahí todo, en Rivero. Que tiraron ahí para… para… hacer, este, lo que ahora es el deportivo Kid Azteca, ¿no?, se llama el deportivo. N’ombre, encontraron tumbas ahí. Osamentas, de gente grande y de muchos niños, de… de… abortos y todo eso. Pero infinidad encontraron ahí. Luego nos subíamos a la azotea por ahí, por… por el lado de Tenochtitlan y Rivero, a ver ahí cuando estaban haciendo sexo las prostitutas, y la chingada. Ahí teníamos nuestra… nuestras ventanas. En las azoteas, a toda madre. Sí, hasta Toltecas. Sí, luego ya dio la vuelta por Peñón, cuando ya se empezó a acabar Rivero. Fue un… Esa época a mí me tocó; conocer a los cuates de ahí; padrotes, que bailaban, tocaban la guitarra, fumaban su motita, pero acá. Sí, pero tranquila. Cuates cuenteros, tocaban la guitarra. Había un tresillero. Ahí nos juntábamos en una peluquería que estaba en… en la mera esquina. Por ai anda un cuate que ai tocaba. Era trabajador de ai. Tocaba guitarra. Y con todos los pinches chisme de las prostitutas. Luego les iba a traer los… este… ¿cómo se llama?, mandados. Y eso era, mandadero de las prostitutas. Me mandaban a comprar cosas, refrescos, cigarros, madre y media. Me ganaba mi feria. Era a toda madre. Ahí debuté por primera vez. En el sexo. No, no, pus, una… una vida muy… muy… que… que… de aquella época, ¿no? Violenta, dura, de mucha malicia, ¿no? De mucha malicia más que de inteligencia. Una cultura, una cultura muy… muy difícil, ¿no? Y muy adelantada, de… de la malicia. Porque yo veía a otros chavos de mi edad y todo eso, en otros lados, no, pus me los llevaba gacho. Yo era más malicioso pero de todas todas. Sí, sí, sí, cuando así de jovencito. Y luego que empecé a entrenar desde chavito, pus comencé a aprender a meter las manos y tenía una seguridad más que todo. Porque era muy peleonero yo. Pero tenía mucha seguridad, ¿no? O sea que… Y alguno que se me aventó en alguna ocasión. ¿No pues con quién? Pus con ese. Me ponían a mí porque estaba más flaquito. Pus órale. Pum, pum, pum, le daba en la madre, ¿no? No, pus, eh, acá que el Famoso y el Famoso. Iba a la Arena Coliseo cuando comencé a pelear en los Guantes de Oro. Con una matraca que hizo su papá de los… De Acosta, el señor de las guitarras. Era carpintero él, el de las guitarras. Una pinche matracota que llevaba y… No, era un agasajo en la… en la Arena Coliseo. Y ahí me comencé a hacer de fama. Tepito. No, fue, fue una… una… buena vida, eh, la verdá. Una buena vida. Mejor que en cualquier otro lado. Mejor que en cualquier otro lado… Yo he conocido, ya después, a través del tiempo, gente de dinero, gente de buena posición social, gente de cultura, gente culta, gente todo, y… En mis etapas de… Desde mi niñez a la juventud, y hasta ahora que ya estoy grande, que ya voy a entrar a la tercera edad, pues la he vivido, este, en diferentes medios, pero muy liberado, ¿no? Muy liberado y muy… este… muy basto. Vamos, muy basto de todo, ¿no? La vida me ha dado bastante. Así, de todo, donde quiera que he estado. Hasta aquí, que… que… Para mí no hay pobreza en ningún lado, ¿no? O sea, yo no veo miseria ni nada. Adonde yo me esté, ahí me siento bien, ahí me siento. Ahí siempre hay un cigarro, una cerveza, un refresco, un atole, un pinche tamal, una torta, un taco, ¿no? O sea que no hay pedo. Así como un buen cabrito, una… una paella. A toda madre. O este, ¿cómo se llama?… En Barcelona comimos en un restaurán una paella pero fabulosa. Nunca en mi vida he vuelto a comer. Así como si vamos a Puebla al mole, así en ese lugar. Pero es igual, ¿no? Es igual que unos pinches sopes aquí o unas cabezas aquí, aquí en Mecánicos, ¿no? Con un pinche sope y una cabeza de pollo frita y un agua de Jamaica o… A toda madre, no hay pedo. O sea, todo es bastante, ¿no? Nada es poco. Nada es poco, aunque lo parezca. Fíjate, yo no me arrepiento de nada, ni de la mujer con quien me casé, ni… De nada, de nada. Yo estoy a toda madre. La neta, eh, la neta. No, no, no me siento frustrado de nada, me cai. Porque ya no estoy en la competencia con nadie, con nadie. No me interesa, competir que soy mejor que aquel, que… que… Así nada más, ya. No tengo problemas de esa naturaleza. Antes sí, cuando era chavo. Natural, pus así vive toda la gente. Entons es fácil percibir cuando la gente normal anda todavía en esas… En esas situaciones, circunstancias de… De desafíos de esa naturaleza. Uno se da cuenta, pero ya pa’qué les digo. No van a entender. No tiene caso. Mejor en paz, cada quien lo suyo y seguimos siendo amigos, ¿no?..."

ÁLBUM FOTOGRÁFICO, OCTUBRE 2011.

Octavio Famoso Gómez, 2011.


III

EL "ESTABLO" 
DE OCTAVIO FAMOSO GÓMEZ

La pera, 2011.
Regresé siete años después de haberlo visitado en el mismo pobre gimnasio de boxeo. Apenas lo vi, comprobé que el Famoso sufría las mismas carencias de equipamiento que nadie atiende desde hace mucho tiempo. Administraciones viene, administraciones van y en el gimnasio no se ve nada claro. Es lamentable que a los administradores que desconocen del boxeo se les asigne un lugar en el que, el que sabe, lo aprovecharía de la mejor manera para beneficio de los jóvenes del barrio. Esto es muy importante, porque, por la excelente tradición boxística de Tepito, debería ser un lugar propicio para atender a la joven población tepiteña. Sin embargo, para el gimnasio del Frontón del Ratón, de Las Águilas, nada de equipamiento, nada de promoción, nada de nada; ni siquiera un baño con regaderas para los jóvenes principiantes. 
Pupilo del Famoso
Sin embargo, el mismo Octavio Famoso Gómez, aparentemente resignado pero sin desánimo, aporta algo de equipo para sus jóvenes pupilos. Ya no se lamenta, como hace siete años, de la abundante población coreana que hoy negocia en el barrio, ni de que la autoridades no hacen nada en contra de ellos y en beneficio del barrio. Ni de que ya no hay personajes como los de antes, que daban una buena imagen al barrio, ni de que Tepito ya se acabó pero que renacerá de sus cenizas. Él a lo suyo, el boxeo, y a disfrutar de  sus hijos y sus nietos, y de su mujer, sin resentimientos ni reclamos. Por eso, argumenta, siempre pinta su casa con el mismo color, para que cuando lo visiten se acuerden que ahí la pasan bien y que ahí viven, para unos, los padres, y para otros, los abuelos; y ahí, mientras estén, la puede pasar tranquilos y a gusto. 
Finalmente, tranquilo -desconozco el motivo que le ha dado esa tranquilidad, tal vez la resignación- ha dejado atrás la preocupación de no contar con apoyo económico para su vejez. Asimismo, ya tampoco le interesa la fama, que no sirve para nada, dice (aunque, en un momento dado, sí se lamenta de que los jóvenes de hoy no sepan quién fue el Famoso Gómez); tampoco le interesan mucho la escritura de sus relatos ni sus sketchs. Ahora le interesa estar en paz y tranquilo, entrenando a sus pupilos a pesar de las carencias; aunque, sin duda, lo sabe, el gimnasio tepiteño podría estar mucho mejor equipado si llegara un administrador que supiera de boxeo.
Un pupilo golpea el costal, 2011.
Indicaciones del Famoso, 2011.
Calzando los guantes al pupilo, 2011.
Cómo moverse y lanzar los golpes contra el adversario, 2011.
Corrigiendo fallas frente al espejo, 2011.

Cómo avanzar hacia el contrincante y lanzar el golpe, 2011.

El fortalecimiento del abdomen, inevitable, 2011.

El  último boxeador famoso de Tepito, 2011.


“Fui boxeador de oficio y tepiteño de coraza. Nací el 30 de marzo de 1944. Me retiré del boxeo en 1978 sin que me dieran la oportunidad de pelear por un título mundial. Tuve 120 peleas a nivel amateur y 105 a nivel profesional. En 1961 fui campeón de los Guantes de Oro. En 1962 y 1963 resulté Campeón Nacional de box amateur en Peso Mosca y clasificado para la Olimpiada de Tokio, Japón, a la cual no asistí, porque ese mismo año debuté como profesional, en una pelea que gané por K.O. En 1974 me convierto en el Primer Peso Pluma del Mundo. En resumen es mi vida”.

Tomado de:
http://www.actualidadesmexico.mx/2013/10/octavio-el-famoso-gomez-se-canso-de-la-fama/?fb_action_ids=1398910127049717&fb_action_types=og.likes