ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),

ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),
ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO.

Narrar y fotografíar

NARRAR Y FOTOGRAFIAR

para Cuauhtémoc García Arteaga, por su gran amistad.


Si me es posible comunicar, la palabra escrita y la imagen fotográfica me son vitales para lograrlo. Por ello, y por el intimo placer (egoísta, tal vez) que me produce hacer fotografía y cuento literario, abro este blog que me permitirá comunicarme y compartir estas vocaciones con familiares, amigos y, quizás, con algunos desconocidos que por curiosidad o por descuido entren en él.


Mi tema, inevitable para mí, es la ciudad y, en lo personal, mi barrio entrañable, que me ha llevado a realizar largos viajar sin abandonar mi habitación y, con ello, rondar entre sus calles y su arquitectura desmoronada y desteñida, vislumbrar sus entrañas, adentrarme en sus noches y sus amaneceres, en sus días opacos, umbríos y, en ocasiones, radiantes, aunque, muchas veces, éstos otorgan pocas esperanzas para esos seres escondidos, parapetados tras algún estereotipo demasiado gastado por la nota roja y por el paso del tiempo.


Por ello, lo sé o, tal vez, lo intuyo: no existe el ser humano que en el trajín de la vida a la sepultura permanezca ausente, inicuo, sin dejar huella. Siendo así, por ironía y paradoja, la gran mayoría de los que habitan estos rumbos obnubilados, me parece, no son los perversos que dejarán su huella criminal en las sombras de las habitaciones y de las vecindades (como lo imaginan los que temen al barrio). Esa huella no la dejarán ellos. Sin embargo, los que, con anticipación, los rechazan, los sancionan y los condenan (a la vez que denigran los estereotipo que sus "buenas conciencias" recrean a cada momento), sí lo harán, como ya lo hacen, sin ningún remordimiento, los políticos, los oligarcas neoliberales, los líderes sindicales, etcétera...

sábado, 21 de abril de 2012

SONIDEROS DE ABOLENGO TEPITEÑO, ORIGEN Y FINAL


Siguiendo el ritmo de la cumbia colombiana con amplios desplazamientos circulares, tomados de la mano izquierda, uno, dos, tres pasitos de puntitas, rápidos, ligeros y chiquitos, y el brinquito. ¡'Uta! ¡Cómo baila la chava! ¡Y el puto más! (esto expresado con admiración, sin menosprecio ni con el deseo de denigrar). Las parejas, los grupos de baile con sus coreografías sincronizadas, y el sonido estridente. El sudor humedeciendo los cuerpos en medio del ámbito cálido o, de plano, afiebrado, ya entrada la noche. No se diga más, en su apogeo, así se bailaba y así sonaban los sonideros en las calles de Tepito y la colonia Morelos; aunque años más adelante se irían a refugiar dentro de amplios salones de baile, o en campos deportivos, más allá del barrio de Tepito, en la colonia Guerrero, en el Peñón de los Baños, en Nezayork... hasta alcanzar las fronteras del país y rebasarlas...



Entre tanto, mucho antes de la diáspora de los sonideros de Tepito, diariamente, recién entrada la noche, bajo la pálida iluminación pública, grupos de jóvenes, hombres y mujeres, recorrían las calles averiguando dónde tocaría La Socia, quien ya había incrementado su fama en el vecindario haciendo sonar los acetatos de la Sonora Matancera, tan apreciada en el barrio, utilizando su pequeño tocadiscos Ramson y sus dos "trompetas" de 40 watts de salida. Ella fue la iniciadora de lo que sería el movimiento sonidero en Tepito...



¿Dónde tocaría El Sonido La Socia, de Guadalupe Reyes Salazar, El Sonido La Changa, de Rubén Rojo, El Sonido Pancho, de Francisco González Santamaría, El Sonido Casa Banca, de Pepe Miranda? ¿En Mineros, en Labradores, en Jardineros, en la cuarta de Panaderos, en Caridad, en Rivero, en la Casa Blanca, en Granada? ¿Dónde será el caché? ¿Quién toca? En un principio, La Socia ponía un pequeño pizarrón a las afueras de su domicilio, en la Casa Blanca, o la Beba, esposa de Roberto Pacheco, que sería compadre de Panchito, también colocaba un pizarrón en González Ortega 104, así que cualquiera que hubiera acudido a informarse a alguno de esos sitios, corría la voz y cuando la marabunta humana se acababa de enterar dónde sería el caché, ahí le caía, inundando la calle entera...



De esa ansia de baile o de algo parecido se contagió Panchito. Esa noche de domingo cálido se encontraba recargado en un costado del zaguán del que sería el mítico 27 de la calle de Pintores. Recién acababa de regresar a la casa paterna, era el año de 1968, luego de permanecer con unos tíos, en la Colonia Portales, específicamente en el pueblo de San Andrés Tetepilco, por largos años. El hermano de su progenitor, junto con su esposa, una vez solicitado a sus padres, habían recibido a su sobrino Francisco, de tres años de edad, como al hijo que jamas tuvieron. Pero ahora, de nuevo en la casa paterna, el adolescente, entrando a los 14 años, se reconciliaba con su lugar de origen. Parado ahí disfrutaba la noche apacible de Tepito. Escuchaba el parloteo de las radios lejanas, el ladrar de los perros y el tráfico lejano de Avenida del Trabajo (hoy Jarciería). En eso estaba cuando un primo paso por ahí y lo invitó a seguirlo. 

-¿Adónde?, preguntó Panchito. 
-Tú vente, culero, le contestó el primo. 

Panchito se fue tras él, en dirección de Ferrocarril de Cintura. Luego agarraron hacia Panaderos. Cuando llegaron a la esquina atravesaron la calle para adentrase en las penumbras de la cuarta de Panaderos. Casi de inmediato alcanzaron a escuchar un murmullo de música de baile. Más allá, avanzando unos cuantos pasos apurados, bajo la pálida iluminación nocturna, el primo se detuvo justo enfrente de una vecindad medio derruida, mitad cuartos habitados en mal estado y mitad puro escombro (debido a ello la vecindad era conocida como el Arenal). El pasillo por donde entraron a la boca del lobo, era angosto y oscuro, largo y áspero como madriguera de rata; a pesar de la temperatura cálida, una corriente de aire frío lo recorría. No obstante, al adentrarse, sus oídos empezaron a distinguir con nitidez la magia de la Sonora Matancera. Al menos eso le pareció a Panchito, que se emocionó. Cuando llegaron al espacio donde se escuchaba plenamente la melodía, los dos pares de ojos se encontraron con puras lucesitas que se prendían y se apagaban. Eran cigarros y uno que otro churro de mota que se quemaba cuando su poseedor se lo llevaba a los labios y aspiraba, le jalaba duro para darse su toque chido. Esa era la escasa iluminación que había en el ambiente. Aunque la iluminación que se le quedó a Panchito en la memoria no fue esa, sino la que se desprendió, eternizándose en el recuerdo, de las "trompetas" que diseminaban la música de la Sonora Matancera, sus acordes, las percusiones, los metales, inundando todo el ambiente en penumbras. La música proveniente de la tornamesa Ramson de La Socia, fue una "iluminación" casi espiritual y uno de los mejores hallazgos, si no es que el mejor, que Panchito tuvo en su vida.


A partir de ahí, por las noches, Panchito no se separó de La Socia, la seguía a donde fuera. Incluso se lanzaba tras ella en aquellas raras ocasiones en que se iba a tocar a las calles de Sol o de Luna, en la colonia Guerrero. Se trepaba al Peravillo-Tlaxpana para llegar a la hora precisa. Durante esa temporada, casi sin darse cuenta, fue que obtuvo una ganancia extra: fue aprendiendo a bailar con el estilo que se empezaba a definir en la calle. Los bailarines de la Guerrero, según apreciación de Panchito, que querían apantallar a las chavas para ligárselas, se lucían improvisando sus florituras y sus pasos, las "coyoteaban", dice Panchito. Así estos jóvenes maestros del baile popular casi siempre alcanzaban su propósito. A la par, cuando éstos empezaron a bajar a Tepito, siguiendo a la Socia, generaron, entre la concurrencia local del caché tepiteño, el estilo que distinguió por aquellos años a los jóvenes maestros del baile en Tepito, el del brinquito que menciona la canción. 

Por cierto, afirma Panchito, que el baile en la calle, entre la banda del barrio, era conocido como caché ("¿Dónde va a ser el caché?", se preguntaban entre ellos), no tibiritábara como lo denominaban despectivamente los jóvenes clasemedieros que de repente se aparecían en los cachés, en compañía de la gente de la Guerrero o de cualquier tepiteño. Esos mismos clasemedieros cuando vienen y hacen documentales o entrevistas sobre el chaché, lo siguen nombrando, equivocadamente, insiste Panchito con un matiz de enojo, tibiritábara. Nel, en el barrio no se le denomina así.


Cuando Panchito regresó al barrio, se encontró con que en el cuarto de vecindad donde habitaban sus progenitores, había una enorme consola Stromberg Carson que ocupaba toda una pared y casi medio cuarto a lo ancho. Ni un comedor cabía, pero eso sí, sus padres disfrutaban de la música de la Sonora Matancera y de la Sonora Dinamita, de día y de noches si era posible. Sin embargo -con Panchito en el cuarto debía hacerse espacio para él-, en pocos días, la gigantesca consola desapareció de la habitación. No obstante, sus padres no soportaron quedarse sin su Matancera, sin su Dinamita, sin tocadiscos, y al poco tiempo en la habitación apareció un equipo de sonido más pequeño: Ramson, como maleta con asa, con dos bocinas de 40 watts de salida, una en cada costado de la tornamesa, pero del que podían separarse y colgarse en las paredes. 

Así pues, con el regreso de la música a la habitación y el regusto por la música tropical que le había despertado el estilo del Sonido La Socia, ni dudarlo, Francisco González Santamaría reconfirmó que era de ahí, se reencontró con el barrio (del que en realidad no se había desligado nunca, pues cuando sus primos o su padres iban a la Portales a visitarlo a él y a sus tíos, siempre llevaban la fiesta en los acetatos de la Matancera, siempre la Matancera). Así pues, en lo personal, dadas las evidencias, no podría negarlo aunque quisiera, Panchito se acabó de convencer que sus padres le habían heredado, inoculado en la sangre el disfrute de ese tipo de música. Ellos eran buenos bailarines y buenos melómanos que disfrutaban de la música tropical a como diera lugar, como buenos tepiteños ("el barrio es sonero", afirma Panchito) . Incluso, su mamá, doña Francisca Santamaría, le contó alguna vez que de niña acostumbraba ir a pararse a la entrada de los salones de baile para escuchar la música que de ahí emanaba. No entraba porque por su edad no se lo permitían.


Así las cosas, sólo tuvo que llegar una vecina, amiga de su mamá, del 4 de Pintores, solicitando prestado el nuevo Ramson para la fiesta de quince años de una sobrina, para que Panchito se iniciara como sonidero, uno de los impulsores esenciales del nuevo modo de disfrutar la música tropical y el baile en las calles de Tepito. Nomás tuvo que encontrar respuesta a algunos peros: primero le argumentó a su mamá que no contaban más que con cinco discos, ya muy "rasguñados", con estos no acabalaban una hora de las seis posibles. ¡'Uta! Su jefa le sugirió que fueran con los vecinos a pedir prestados algunos discos. Los consiguieron de inmediato al ofrecer a cambio invitaciones para el baile del 4 de Pintores. Otro pero: no tenía experiencia en la selección de las piezas bailables. Pues andando se hace el camino, le dijo la seño Francisca (aunque Panchito llevaba los discos de la Matancera cuando en la secundaria se celebraba el fin del año escolar. Era el tiempo en que dominaba el rock entre la juventud. No bailaban su compañeros pero los profesores sí.) El último pero se desvaneció cuando él mismo terminó de convencer de que sí podía hacerla y gacho. 


La celebración de quince años fue un éxito musical. Tanto así que de entre algunos de los gays que asistieron a la fiesta, dos de ellos, uno conocido como la Sirena y otro como la Fernanda, a los pocos días fueron a buscarlo a Pintores 27 para contratarlo. Querían que tocara los lunes, ahí mismo, en la calle. El único inconveniente que previó Panchito fue el de la corriente eléctrica para poner a funcionar el equipo de sonido. La Sirena se movilizó y encontró quién se la diera en el 4 de Pintores. 

Así se hizo el primer baile callejero del que más adelante sería conocido como Sonido Pancho (a quienes después le preguntaban a Panchito que cómo se podían comunicar con él y cómo se llamaba el sonido, él les contestaba Sonido Pancho de Tepito y en cualquier papel les escribía el nombre y el número telefónico por medio del cual se podían comunicar con él; en esas fechas no pensaba en tener tarjetas de presentación, es más ni siquiera había imaginado hacer negocio con el pequeño Ramson de sus padres). La Socia por aquellos tiempos tocaba todos los días, Panchito sólo lo haría los lunes. Nunca hubo pedo por ello. Así fue como las cosas se encaminaron hacia la consolidación del Sonido Pancho de Tepito y del surgimiento, más adelante, de la Esquina del Movimiento, como bautizaría Pänchito a la esquina que se formaba entre Mineros y Pintores, muy cerca del domicilio de sus padres, donde armaría sus cachés sabatinos.



Como es sabido, nada es fácil. Porque ahora el problema sería conseguir material discográfico. Si Rubén Rojo, La Changa, como parte del equipo de la Socia, era quien le conseguía el surtido musical de la Matancera a su jefa (en Tepito, el patrón para el que trabajaba Rubén adquiría por kilo los acetatos que venían del extranjero; Rubén los escogía y los compraba al menudeo y posteriormente se los revendía a la Socia). Panchito, en cambio, no contaba con nadie que le hiciera ese trabajo. Aunque a la misma Socia llegó a comprarle material que ella desechaba, eso no le bastaba. Tuvo que ponerse a buscar durante días enteros en las tiendas de discos del rumbo y más allá. Por suerte, en una de esas entró al Mercado de Discos que estaba en San Juan de Letrán, casi esquina con 16 de Septiembre. Ansioso, se puso a buscar en los anaqueles. Nada. Hasta que una de las empleadas que lo vio no encontrar, le preguntó qué era lo que buscaba. La Sonora Matancera, le contestó Panchito, desanimado. La empleada lo encaminó para que subiera una escalera que estaba justo en mitad del local. Tocó a la puerta que encontró cuando terminó de recorrer los escalones ascendentes. En respuesta a su requerimiento, la empleada que lo atendió lo puso enfrente de unos anaqueles que contenían ¡toda la discografía de la Sonora Matancera! ¡'Uta madre! Ahora el problema para Panchito era contar con el dinero suficiente para adquirir todo ese material. De la marca Cico costaban cuarenta pesos cada uno, y de la marca Tropical setenta pesos. Por fortuna, con el tiempo el Sonido Pacho de Tepito le dio para eso y más...

 

Incluso, para recuperar toda la colección discográfica que perdió cuando le cayeron, dos veces, una en Peluqueros y otra en Labradores, las razias que por las noches recorrían el barrio. En cada una de ellas perdió toda su colección de discos, entre los que se encontraban tesoros autografiados por, entre otros, Celio González y Celia Cruz. El de ella lo había conseguido cuando recién había regresado al barrio. En aquella ocasión, con toda su ilusión de adolescente, se lanzó al Salón Maxims, aquel que tenía gradas y no tenía pista de baile como posteriormente la tuvo. ¿Cómo hizo para entrar? Quién sabe, pero entró. Llevaba sus discos bien amachinados. No obstante, el público asistente le preguntaba por su precio, creyendo que los vendía. Él se negó a hacerlo una y otra vez. Los llevaba para que se los autografiara Celia Cruz, alegaba. Era la primera vez que venía y era la primera vez que la acompañaba el Conjunto África. Finalmente, Panchito recibió los autógrafos y, además, sorprendido, la invitación de Pedro Knight, esposo de Celia Cruz, para que permaneciera sentado a su lado durante todo el show. Inolvidable, pasó toda una velada al lado de Celia y de su esposo. 

Sin embargo, esos discos autografiados se quedaron en el recuerdo, pues sin miramientos, todos los acetatos se los cargaron en la panel, en la "perrera", para llevarlos a la delegación política Cuauhtémoc, en La Plaza del Estudiante, ubicada entre Florida y Aztecas, en el mismo barrio de Tepito. La acusación: alterar la paz social. Allí, en esas dos ocasiones, le requisaron toda su discografía, que valía una buen feria. No hubo forma de que se la devolvieran. No contaron ruegos ni ofrecimientos de efectivo. Hijos de su rechingada, debió haber pensado Panchito. Resignado, en esas dos ocasiones, para que no le cargaran la mano en la delegación, debió dar por perdidos sus apreciados discos. Por cierto, en un principio los había guardado en una un caja grande de las que se utilizan para empacar huevos. Posteriormente, debido al incremento de su colección, debió mandar hacer una caja de madera, de un metro de ancho por un metro de alto, más o menos, a la medida para tenerlos bien protegidos y odenados. Eso da una idea de la cantidad de acetatos que perdió Panchito en dos ocasiones.


Cuando se retiró La Socia (oficialmente se dice que porque se casó, aunque la leyenda urbana, barrial, dice que un cabrón pesadote de la Cuarta de Panaderos le destruyó toda su colección de discos y su equipo de sonido porque no quiso ir a tocar a su cubil. De pasada la amenazó diciéndole que nunca más le iba a permitir tocar), La Changa, Rubén Rojo, tomó su lugar. Él por un tiempo, cosa de un año, siguió tocando en Tepito (seguido tocaba en el patio de un edificio de Díaz de León), después se fue por otros lados de la ciudad. Entretanto, Panchito continuó tocando en el barrio, no se movió de ahí. Tenía un público constante de entre quinientas y seiscientas gentes por noche, que por cooperacha, de a peso, cincuenta o veinte centavos por cabeza, reunía una suma respetable (así lo instituyó La Socia, más bien el que sería su esposo, Rogelio González, El Fugas, quien se acercaba a los concurrentes al caché, a uno por uno, tomándolos de la tetilla, apretándola con los dedos índice y pulgar de una de sus manos, en la otra traía el bote donde se depositaba la moneda, decía: "presta pa'l baile". Nadie se negaba a depositar su moneda, no sólo por el dolor que sentía sino por el gusto por el caché).


Por ese tiempo había otros sonidos, como El Gloria Matancera del Bubu o el Puerco, Jorge Herrera, de la segunda o tercera de Panaderos, pero el que partía el queso era el Sonido Pancho de Tepito, afirma Francisco González. Por su lado, en el Peñón de los Baños, estaban los Perea, los hermanos Pablo y Manuel, que tenían un sonido para fiestas de salón. Pero cuando se dieron cuenta de lo que se hacía en Tepito, ellos de igual manera, lo hicieron en las calles de su barrio. Incluso, los Perea también llegaron a importar música. Cuando tenía salsa se la mandaban a Panchito, porque ellos no tocaba salsa. Ellos se quedaban con las cumbias. Hasta eso, comenta Panchito, había una ética, un respeto mutuo que se resume en esta anécdota: un día se le acercó a Panchito una amistad que le dijo que había ido a un baile de los Perea y que les había pedido una salsa. Los gachos, se quejó, le contestaron que se fuera a Tepito. Por su parte, Panchito hacía los mismo: a quien le pedía una cumbia lo mandaba al Peñón de los Baños. Y todos conformes. Los Perea tocaban cumbias y Panchito salsa además de la Sonora Matancera. Los Perea no bajaban a Tepito y Panchito no se paraba por el Peñón de los Baños.


Otro sonido influyente fue el Sonido Casa Blanca de Pepe Miranda. Este señor vino a revolucionar el movimiento sonidero. Tanto así que en alguna ocasión se llevó a Centroamérica y parte de Sudámerica a Ramón Rojo, La Changa (Panchito no recuerda si también se llevó al Rolas, Roberto Herrera, de San Juan de Aragón) para comprar música en su lugar de origen. Por esa razón se distinguió Pepe Miranda, porque tocaba música original de orquestas que no se habían oído nunca por estas calles y vecindades del barrio. Panchito por su parte se fue a Venezuela, a Panamá, a Colombia. Con ello, los sonideros tepiteños lograron su independencia total y la vanguardia del momento, musicalmente hablando. Los distinguió el no tocar la música comercial, la que imponían las estaciones de radio, sino pura música original. En ese entonces, antes que cualquier medio electrónico, los sonideros pusieron de moda lo que importaban de otros países. La salsa neoyorquina que empezó a tocar el Sonido Pancho, se dio a conocer desde las nocturnas calles del barrio de Tepito: Ray Barreto, Willy Colon, Richie Ray, Johny Pacheco, Rubén Blades, etcétera, etcétera, primero se escucharon y se bailaron de a brinquito en el barrio de Tepito...








Fue un apogeo maravilloso, chingón. Panchito dejo de tocar en fiestas familiares donde cobraba seis, ocho, hasta 16 peso por hora, para dedicarse a tocar diario, por las noche, en el barrio de Tepito, para quinientos, seiscientos, setecientos, que formaban parejas o grupos de baile. Se estableció y se acabó de instituir, el característico parloteo y las decenas de dedicatorias del "locutor" del sonio al mismo tiempo que se escuchaban la pieza musical. Y Panchito, cada año, se dio el lujo de invitar a celebrar sus aniversarios a otros sonidos, como el Fascinación y el Arcoíris, de don Pablo... Hasta que llegaron los sismos de septiembre de 1985. Las calles del barrio fueron invadidas por campamentos de damnificados. No se pudo tocar más en la original Esquina del Movimiento. Panchito la debió cambiar a la esquina que formaban la Avenida del Trabajo y Pintores. Ahí todavía llegó a darse a conocer el sonido Cóndor, porque en Tlatelolco, de donde era originario, no la había podido hacer.

Panchito, Francisco González Santamaría, dejó de dedicarse al Sonido Pancho entre los años de 1986 y 1987. Sus hermanos, siete en total, se quedaron con el equipo y los discos (en ocasiones anteriores se lo habían pedido para ir a tocar y él nuca se los regateó). Y aunque, años después, en ocasiones, sus hijos le insistieron que regresara a manejar el Sonido Pancho, él se negó. El Sonido Pancho ya le pertenecía a sus hermanos, argumentó, y aunque sabía que podía reclamarlo, no lo hizo para evitar dificultades con sus carnales. Con esa determinación, Panchito se dedicó, como lo hacían sus padres, a ir por mercancía a El Paso, Texas, para traerla y venderla en su propio negocio. 

No obstante, nada quedó en el olvido. Desde siempre, por las noches, noctámbulo él, se ha permitido algo de nostalgia para ponerse a escuchar su melodías favoritas, aquellas que le recuerdan sus años de gloria sonidera en Tepito, cuando usaba dos "tropetas" para que se escuchara la música en las calles, no el ruido estridente que ahora produce la acumulación de bafles de 700 o mil watts de salida, los tuiters, los rebotadores, los ecualizadores, la tecnología de los sonideros "actualizados" y "modernos" que tocan en lugares cerrados...




Y DEL SONIDO GLORIA MATANCERA...