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La luz disimula la oscuridad |
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Puerta de entrada a una habitación. |
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Jose y su tatuaje |
Personajes de Tepito. Esta narración fue parte de una exposición fotográfica mía (en una galería de barrio), titulada De todos los Tepitos posibles, acompañaba dos retratos, en blanco y negro, de la protagonista.
5 de enero del año 2003
Jose Lucas, mazahua clandestina y el Cajón del Muerto
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El dédalo imaginario |
Habita en el cuarto número 14 de la planta baja de la derruida vecindad conocida como el Cajón del Muerto. Es mazahua de Villa Victoria, Estado de México. Aunque hoy es una mazahua clandestina entre los millones de habitantes del Distrito Federal... debido a que a los 13 años de edad se escapó de su casa porque le disgustaba la escuela, tanto como le disgusta la ropa que viste su etnia; sobre todo, las faldas con brillo de satín. Tampoco le gusta hablar la lengua mazahua. Cuando se le pide que lo haga, más que nada la masculla y aduce que sólo conoce unas cuantas palabras. Parecería, aunque no lo confiesa, que siente rechazo o rebeldía contra su origen... Tal vez porque, como sus padres, su comunidad sancionaba que ella vistiera pantalón y ropa de la ciudad. Esa fue, dice, alguna de las razones de su fuga –junto con el rechazo al alcoholismo de sus padres y, sobre todo, el repudiar que ellos le manifestaran abiertamente, una y otra vez, que hubieran preferido que naciera varón, al ser la primogénita. Por ello optó por vagar en el asfalto, cerca de la estación del metro Observatorio. Aunque sus padres la regresaron con ellos varias veces, varias veces volvió con sus amistades de la urbe, en busca de alcanzar lo que ella llama “su libertad”... Así fue como en unos cuantos meses devino niña de la calle... Aunque a Observatorio llegó con el gusto por la cerveza, ahí conoció el activo, la mota, los chochos y la coca; sin embargo, dice, a ésa no le hizo... Pero sí se reventó en compañía de amigas o sola... Incluso padeció, dice, intentos de violación que por poco fructifican. Como aquella ocasión, en el barrio de Tepito, cuando las vecinas de la vecindad subieron a la azotea para evitar que una banda les hiciera el trabajito a ella y a una amiga. Salieron despavoridas y ni las gracias le dieron a sus salvadoras... En esas andaba cundo se unió a un joven violento. Ella no se dejaba golpear impunemente. Esto le causó cicatrices físicas y morales de las que hoy sólo guarda algunos malos recuerdos. Fue en ese tiempo cuando se sintió hasta la madre por la droga. La lengua se le trababa y la memoria se le escurría, extraviada. Sintió miedo y acudió a Alianza Victoria. Desde entonces agradece al sicólogo Carlos Núñez que le tendió la mano. A pesar de sus recaídas, la ayudó a salir de su bronca lo mejor posible. Sin embargo, a los dieciocho años, una vez que aprendió algún oficio, le informaron que ya estaba lista para salir a la calle. Por reglamento, debió abandonar Alianza Victoria... Fue a parar al albergue de una congregación de monjas. Ahí encontró a quien sería su marido. Él había recorrido un camino similar al suyo... Poco después, cuando habían planeado fugarse, no faltó quien alertara a las religiosas, quienes de inmediato los convencieron de que antes de irse se casaran por la iglesia... Lo quería mucho... Pero aún recuerda, sin poder apartarlo de su pensamiento, cuando por curiosidad leyó un cuaderno abandonado a la vista. Él escribía, en secreto, de sus personales asuntos íntimos... Le reclamó airada, lo insultó al puto... No acabó de inmediato su convivencia. Pero se le fue diluyendo la ilusión. Él terminó por devolverla con las monjas, ahora a un refugio para madres solteras, putas, ancianos, alcohólicos y niños de la calle, en el barrio de La Merced. Meses más tarde, cuando en definitiva él dejo de ocuparse de ella, “ya ni por teléfono se comunicaba”, poco antes de escaparse una vez más, a escondidas, volvió a darse sus toques de mota... Actualmente trabaja en la calle Talabarteros, donde hace el aseo en distintos departamentos, y los fines de semana acude a bailes. Los días festivos procura ir a Villa Victoria para visitar a sus padres... Entretanto, a solas, en su cuarto del Cajón del Muerto, acostumbra mirar, con añoranza, el álbum de fotografías del día de su boda...
Lalo, músico, personaje que sobrevivió en el Cajón del Muerto hasta el último día en que se mantuvo en pie esta vieja vecindad..
28 de enero y 6 de febrero del año 2003.
Lalo visitó y luego se quedó durante 10 años en el Cajón del Muerto...
y es parte de la mosca en la sopa. En un lugar donde reinan, a todo volumen, la Sonora Matancera, Celia Cruz, Sonia López, el mambo, la cumbia, la salsa, el baile con ritmo afrolatino... él pertenece, con su batería, al recién denominado El Cajón del Muerto, grupo que, con distintos nombres, venía ensayado su blues en el cuarto número nueve desde poco después de acontecidos los sismos del 85.
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La batería |
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Lalo |
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El tapanco |
Muchos de los habitantes del Cajón del Muerto abandonaron la deteriorada vecindad luego de ese terrible suceso... Así fue como Jesús Téllez, Chucho, estudiante de antropología y comerciante de artesanía en el Tianguis Cultural del Chopo, pudo introducirse a ese cuarto deshabitado para ahí subsistir y ensayar con sus sucesivos grupos: La Banda del Diablo, luego Barrio Blues Band, más adelante Caminando en el Blues y ahora El Cajón del Muerto... Entretanto, Chucho, al casarse, le cedió el lugar a Lalo... Y así se quedó en la vecindad, sin pago de renta ni nada, Hilario Marmolejo Martínez (hoy con 46 años de edad) mejor conocido en el barrio como Lalo (quizás en la Balbuena, en la Moctezuma, en Valle Dorado, en donde, dice, tuvo mejor posición económica, sí lo conocen como Hilario)... Aunque al mirarle, pareciera que Lalo es una desolación que llegó a refugiarse al Cajón del Muerto después de la inexcusable pérdida de su familia... y de su empleo bancario... Tal vez se quedó en el barrio con la ilusión de tomar el control de sus letras humorosas e irreverentes, de su fusión musical, del anhelado éxito jamás alcanzado... de su vida irresuelta en la concurrida, umbría y estrambótica habitación...
Tal vez por alguna de esas razones se ha esperado hasta el último momento, en medio del polvo y el fragor causado por la demolición, para abandonar el Cajón del Muerto...
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La ropa en los tendederos colgaba como jirones de ahorcado |
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La humedad del Cajón del Muerto |
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La silenciosa Pantera |
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Los tres gatos. |
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