ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),

ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),
ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO.

Narrar y fotografíar

NARRAR Y FOTOGRAFIAR

para Cuauhtémoc García Arteaga, por su gran amistad.


Si me es posible comunicar, la palabra escrita y la imagen fotográfica me son vitales para lograrlo. Por ello, y por el intimo placer (egoísta, tal vez) que me produce hacer fotografía y cuento literario, abro este blog que me permitirá comunicarme y compartir estas vocaciones con familiares, amigos y, quizás, con algunos desconocidos que por curiosidad o por descuido entren en él.


Mi tema, inevitable para mí, es la ciudad y, en lo personal, mi barrio entrañable, que me ha llevado a realizar largos viajar sin abandonar mi habitación y, con ello, rondar entre sus calles y su arquitectura desmoronada y desteñida, vislumbrar sus entrañas, adentrarme en sus noches y sus amaneceres, en sus días opacos, umbríos y, en ocasiones, radiantes, aunque, muchas veces, éstos otorgan pocas esperanzas para esos seres escondidos, parapetados tras algún estereotipo demasiado gastado por la nota roja y por el paso del tiempo.


Por ello, lo sé o, tal vez, lo intuyo: no existe el ser humano que en el trajín de la vida a la sepultura permanezca ausente, inicuo, sin dejar huella. Siendo así, por ironía y paradoja, la gran mayoría de los que habitan estos rumbos obnubilados, me parece, no son los perversos que dejarán su huella criminal en las sombras de las habitaciones y de las vecindades (como lo imaginan los que temen al barrio). Esa huella no la dejarán ellos. Sin embargo, los que, con anticipación, los rechazan, los sancionan y los condenan (a la vez que denigran los estereotipo que sus "buenas conciencias" recrean a cada momento), sí lo harán, como ya lo hacen, sin ningún remordimiento, los políticos, los oligarcas neoliberales, los líderes sindicales, etcétera...

jueves, 30 de diciembre de 2010

LUIS ARÉVALO, ZAPATERO POR SIEMPRE


Luis Arévalo, zapatero por siempre, de la serie Oficios en extinción,. plata-gelatina

El oficio de zapatero lo aprendió en el taller familiar que dirigía su padre, don Agustín Arévalo Talancón, quien en un principio fue joyero de oficio.... 

Don Agustín llegó al barrio de Tepito proveniente de Guadalajara, Jalisco, en plan de aventura, con un grupo de jóvenes, a mediados de los años treintas del siglo pasado. Sin embargo, cuando se acercó la hora del regreso, prefirió quedarse en el barrio... Con el paso de los días, de las semanas, no le resultó fácil encontrar trabajo en su oficio de joyero y entonces decidió entrarle a cualquier chamba. Afortunadamente, en su apurada búsqueda, andando por la calle de Gorostiza, se topó con un taller de calzado. El maestro zapatero lo recibió para enseñarle el oficio de crear calzado con la piel y el cuero del bovino... Y de ahí en adelante, zapatero a tu zapato. 

Pocos años después, don Agustín se unió a doña Guadalupe Venegas Peña, que, por su parte, era adornadora de zapato. En una década, rebasadita, en la vecindad número 97 de la calle Peñón del barrio de Tepito, ambos procrearon diez hijos, de los que Luis Arévalo Venegas fue el segundo. Luis trabajó en el taller de zapato de sus progenitores hasta los 13 años de edad. Eso porque don Agustín lo mando a la chingada... 

El pequeño Luis nomás le pedía que no le mentara la madre. Nomás eso. Pero ese ruego encabronaba más a don Agustín, que no paraba de mandarlo a la rechingada puta madre. Todo porque el niño no hizo bien la costura de una tarea de zapatillas. En el momento de adornarlas se les caía el moño apenas sostenido por unas cuantas puntadas. 

El pequeño Luis salió lagrimeando a la calle. Don Agustín le había dicho que ahí no era hotel ni fonda ni asilo de mantenidos pendejos. Tenía que irse a trabajar, a ver dónde. 

En toda la tarde, el pequeño Luis no encontró chamba. Ningún zapatero le creía que fuera maquinista. En esos talleres querían maestros no probar a chamacos caguengues, le contestaban cuando el niño sugería, suplicaba, que lo probaran una semana para que les demostrara que sí la hacía

De regreso a la vecindad, Luis se encontró a sus amigos y perdió el tiempo jugando. Fue cuando su padre lo sorprendió y quiso darle un puntapié en las nalgas. La reacción del niño evitó el golpe, pero recibió un pisotón muy doloroso. Luis, aún hoy, ya canoso, parece sentir ese intenso dolor cuando recuerda aquel mal día.


A la mañana siguiente, don Agustín mandó a su hijo a  la calle de Aztecas, al taller de un compadre, donde sí fue aceptado como maquinista. 

Pero para los niños, el tiempo pasa muy rápido y en unos meses, Luis Arévalo, pequeño maquinista de calzado, prosiguió con su oficio en otro de los talleres que abundaban en la calle de Libertad. Su intención fue aprender a crear finas zapatillas de mujer. Y lo logró... Porque, desde los 15 años aprovechó la oportunidad de laborar en una importante fábrica de calzado. Ahí, creía, se realizaría plenamente como zapatero. Eso explica porque en esa fábrica permaneció durante 21 años y en otra, donde le mejoraron mucho su sueldo, por doce o quince años más. 

Los conocimientos acumulados desde su temprana infancia, llevaron a Luis Arévalo a convertirse en joven maestro de uno de los oficios con más tradición en el Tepito de las décadas de los cuarentas, los cincuentas, los sesentas y parte de los setentas.

Pero Luis Arévalo, no sólo fue y es fiel al único oficio que ha ejercido desde su nacimiento, pues, recién casado, a los 21 años de edad, morador de la vecindad conocida como el 100 de Rivero en del único barrio en el que ha habitado, se involucró en otra de las pasiones que han gobernado su vida: la lucha por la mejora social de los habitantes del barrio de Tepito. Esto a través de la Comisión del 40 de Tenochtitlán. 

A principios de los años sesentas del siglo pasado, las asambleas y reuniones se llevaban a cabo en el interior de la cisterna vacía de aquella vecindad. Don Ernesto Gómez, el más entrón y sagaz, presidía las reuniones, al lado de don Jesús Lira y el señor Linares, entre otros que formaban un grupo de no más de ocho miembros. En un principio, ellos lucharon en contra de que los agentes apañaran y extorsionaran a los jóvenes de esa zona del barrio. Con frecuencia, cuando éstos caían en manos de los judas de aquel entonces, eran obligados a delinquir para que se mocharan con su coperacha, de lo contrario los refundirían en el fresco bote. Los viejos (cuarentones de aquellos días) acudieron con los jefes de la policía, se quejaron y reclamaron. Finalmente acordaron que a los jóvenes del vecindario les darían unas credenciales de la Comisión del 40 para que los agentes policíacos los identificaran y no les cargaran la mano

Pero no se quedaron ahí, los viejones acudieron con los comerciantes del barrio y les solicitaron mercancías. Con ellas pusieron a trabajar a los jóvenes en puestos ambulantes, para que las ganancias las reinvirtieran con el mismo comerciante que les había facilitado su merca

Al lograr estos resultados, los integrantes de la comisión vislumbraron que podrían ampliar la organización y resolver otros problemas que afectaban a la comunidad. Y se dieron a la tarea de recorrer las vecindades invitando a los vecinos a integrase a la Comisión del 40 de Tenochtitlán. Luis Arévalo llegó a la Comisión como parte del comité del 100 de Rivero... 

Más adelante, sumados los nuevos miembros, se formaría la Asociación de Inquilinos del Barrio de Tepito. 


Siendo ya miembro muy activo de la Comisión del 40, Luis se acercó al inquieto (y, podría decirse, temprano seguidor de la Teología de la Liberación) sacerdote gringo Federico Loos, de la parroquia de la Divina Institución, en la avenida Vidal Alcocer (fundador de telesecundarias y preparatorias populares, cooperativas y cajas de ahorro) y escribió en el periódico El Ñero, también impulsado por aquel sacerdote. En ese tabloide, Luis criticó, en palabras impresas, la incipiente literatura de Armando Ramírez, además de las mafias, de toda clase, existentes en el barrio de entonces... 

Y, aunque nunca realizó algún trazo en los muros del barrio, se mantuvo al lado de Daniel Manrique, pintor muralista del naciente Arte Acá. De igual manera fue tan intransigente como Enrique Cisneros, El Llanero Solitito, a quien acogió en su casa por algunos meses, porque andaba presentando obras de teatro y música panfletaria y de protesta en un forito construido a la orilla del atrio de la iglesia de San Francisco, a un costado del campo de futbol.

Entretanto, a principios de los años setentas, la Asociación de Inquilinos del Barrio de Tepito, por ese entonces avocada a resolver los serios problemas de rentas congeladas y de desalojos de los habitantes del barrio, tuvo que afrontar el Plan Tepito promovido por la regencia de la ciudad... 

La Asociación pasó a formar parte del Consejo Consultivo del Barrio de Tepito, donde se incluyeron, además de los inquilinos, los comerciantes fijos y los ambulantes, y los propietarios de locales y vecindades. De las negociaciones con los representantes de la regencia surge la Comisión de los Nueve (toman parte cuando menos un representante tanto de cada sector del barrio como del lado oficial). En esta comisión, aguerrido como es, también tomó parte Luis Arévalo.

Así, bajo un mismo techo, en la antigua Delegación Cuauhtémoc, frente a la Plaza del Estudiante, empezó la lucha sorda entre los opositores tepiteños y los representantes de la regencia de la ciudad. Interminables discusiones y aparentes acuerdos. Algunas amenazas veladas y otras no tanto y, en medio del estira y afloja, a varios miembros de la Comisión de los Nueve, los representantes oficiales les ofrecieron un sueldo. Sólo tres miembros de la comisión rechazaron la propuesta de sus contrincantes políticos, entre ellos Luis Arévalo.


Fue cuando, a mediados de los años setentas, Luis se “jubiló” de la grilla política. A esa determinación lo llevó una úlcera duodenal causada por las fuertes tensiones nerviosas que había soportando, durante su lucha por alcanzar el respeto a los derechos de la comunidad inquilinaria que representaba. 

Aunque, a decir verdad íntima y personal, más contribuyó a su retiro, una decepcionante y claudicante amistad. El compañero entrañable (a quien conoció de mirón, cuando Luis, con otros miembros de la asociación, intentaban impedir un desalojo), al que llevó y presentó en la Asociación, junto con el que fue firme luchador contra la imposición del Plan Tepito, también había terminado trabajando para los funcionarios a los que habían confrontado sin descanso; incluso presentando una propuesta alterna al Plan Tepito, premiada en el extranjero, elaborado por el Taller 5 de autogobierno de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)... 

Al final de cuentas, el gubernamental Plan Tepito no fue más allá de construir lo que los vecinos desde entonces denominan Los Palomares, erigidos en la cuadra que forman las calles de Peñón, Avenida del Trabajo, Constancia y Toltecas...

Después de curar su úlcera bebiendo litros y litros de leche, evitando con ello el quirófano, con 45 años de edad, a Luis Arévalo se le ocurrió crear, no sin reparos de su mujer y sus hijos, sus talleres de calzado gratuitos para integrar al trabajo productivo a personas necesitadas... y de paso rescatar su oficio que se había venido extinguiendo entre el marasmo de la zona comercial tepiteña.

Para empezar, hace 24 años, recibió el inesperado empujoncito que le dio la profesora Guardiola, una anciana viajera a la que en el barrio trataban de loquita, ex directora de la cercana escuela primaria República de Argentina. 

Una tarde, la mujer, bajita, de pelo teñido y de cuidada presencia, se apareció frente a la puerta del departamento de Luis Arévalo, en Héroes de Granaditas, afirmándole que ya tenía herramientas para que las madres necesitadas aprendieran a reparar el calzado de sus hijos. Luis fue reticente. Le alegó que él iría más allá de esa intención. Enseñaría a elaborar todo el zapato, no nada más a repararlo. La profesora Guardiola se lamentó, defendiendo su argumento, diciéndole que él era su última esperanza. Ya había acudido con otras personas que también se habían negado. Luis, con la intención de despedirla en definitiva, le argumentó que él no contaba con un lugar para impartir el taller. La profesora Guardiola de inmediato le respondió que ella sí lo tenía. El maestro zapatero dejó a un lado sus objeciones y acordó con la anciana acudir a ese lugar. 

La sorpresa de Luis fue que lo llevó a una bodega abandonada de lo que recién había dejado de ser la Delegación Cuauhtémoc (lo que hoy es la subdelegación) en la Plaza del Estudiante. Sin permiso escrito y sin que nada la respaldara, la profesora Guardiola (que de loquita no tenía nada, y sí mucho de aventada) le dio posesión del lugar a Luis Arévalo Venegas, zapatero de oficio con estudios de primaria. 

Durante algunos sábados, pues entre semana trabajaba en la fábrica de calzado, Luis impartió su taller en esa bodega polvorienta, hasta que un día llegó y se encontró con que toda su herramienta estaba bajo candado. No podía entrar. Alegó con los policías que resguardaban el lugar sin que lograra moverlos de su sitio de fieles cancerberos. 

Otro día, de regreso, Luis encontró sus herramientas botadas en el pasillo, afuera de la bodega. Pero no cargó con sus chivas. Ahí mismo, en el pasillo, el sábado siguiente, continuó con su taller de calzado. Sólo que esta vez se comunicó con un amigo periodista para que viniera a comprobar en qué condiciones estaba brindando sus enseñanzas gratuitas. No llegó su amigo pero sí una mujer periodista. 

Apareció la nota en el periódico y ese mismo día recibió un papel con el membrete del delegado de aquel entonces, notificándole que podía regresara a su espacio en la bodega para que continuara impartiendo su Taller Libre de Tepito del Arte del Calzado.

Luis Arévalo hasta hoy ha continuado no sólo impartiendo sus talleres para niños de la calle y menesterosos sino también para mujeres y ancianos que con frecuencia son abandonados o arrinconados por sus familiares. Más todavía, también ha creado 10 talleres de calzado para 10 distintas comunidades indígenas chiapanecas.


En 1995 recibió una anónima llamada telefónica. Luego de otras misteriosas interlocuciones, Luis Arévalo fue invitado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) a participar en el diálogo de San Andrés Larráinzar, en 1986. La propuesta que llevó no fue unirse a los rebeldes y tomar las armas, sino ofrecer sus talleres libres de calzado a las comunidades zapatistas que lo aceptaran, primero para autoconsumo y después para la venta...

Y así hasta ahora, Luis Arévalo, a través de sus luchas sociales y culturales, ha demostrado que ama y aprecia su barrio, su oficio y sus talleres gratuitos (éstos, incluso, le han hecho merecedor, en 1996, de un reconocimiento de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas, UNESCO) porque, a la vez, ellos, le han permitido intervenir, involucrarse, con su espíritu rebelde y contestatario, en la problemática de su entorno social y cultural, al lado de personajes tan disímbolos como muchos de los antes mencionados; o como otros que de vez en cuando se aparecen por su mítico taller, en Vidal Alcocer 114. Dos ejemplos: el tepiteño Temo, director del grupo Son como Son (magníficos intérpretes del ritmo cubano que enuncia su nombre, con 21 años de existencia), o a destacados miembros del grupo interdisciplinario conocido como Los Olvidados (que lo mismo actúan, escriben cuento y crónica o elaboran inigualables calaveras de cartón que caracterizan a personajes de la filmografía clásica mexicana)... o como los comandantes indígenas zapatistas... o al lado de cualquier niño o mujer, sin ningún tipo de discriminación... 

Así pues, en el barrio sabemos y guardamos el testimonio, hasta hoy insospechado, de que el robusto zapatero por siempre, para muchos desapercibido, ha trascendido las calles de Tepito, llevando su oficio, junto con su práctico banco de acabado, a lugares recónditos y nunca imaginados... Así empecinado, necio como es, en medio de la desolación de su país, cierto de que un oficio, el que sea, le da al hombre o la mujer un mejor camino por donde transitar sobre lo que podría resultar su precaria existencia.

Por ello, tal vez es necesario remarcar, como de pasadita, que Luis Arévalo Venegas, ha querido contribuir (aún lo hace a sus 70 años de edad; nació el 15 de mayo de 1940) a mejorar la calidad de vida de los habitantes del barrio y del país desvalido en el que nació, creció y se ha reproducido (tuvo siete hijos, le quedan seis)... En la actualidad continúa haciéndolo con Martes de Arte en Tepito, con Títeres en los Palomares y con la Alameda Tepito.

El banco de acabado, de la serie Oficios en extinción. Plata-gelatina.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

TEPITO ARTE ACA Y DANIEL MANRIQUE

En algún pasillo de Los Palomares.
Fachada con mural de Manrique.
(Acompañan a este texto biográfico, fotografías del  monumental y último mural realizado por el artista  en "Los Palomares", el año 2009, en el barrio de Tepito, Ciudad de México.) 

A Daniel Manrique Arias (1939-2010)…

Edificio con murales
desde muy chico le dio por dibujar, como para evitar el dislocado cosmos en que lo parieron; en particular, le daba la vuelta a ese universo que rebullía en una pequeña habitación de tres por tres metros (por cinco de alto) repleta de seres desahuciados. Daniel, apenas abriendo los ojos, se había hallado siendo parte de procelosas e impías imágenes, que incluían los excusados colectivos que supuraban excremento en el patio de aquella vecindad donde aún hoy se disgregan los recuerdos de su infancia, de su juventud y de sus primeros años de adulto, cuando a su madre, Ángela Arias, se la llevó su hija mayor y el Chinillo, Esteban Manrique, su padre, se fue a refugiar, a extinguirse, en el último cuarto abandonado de la mísera vecindad.


Por aquellos años, Daniel estuvo a un paso de morir de hambre. Su decisión de no volver a ejercer ningún oficio que no fuera el de pintor de lienzos y murales, lo llevó a ese límite. Por fortuna, algunos mendrugos ofrecidos por sus vecinos lo salvaron. Así pudo, cobrando barato, continuar pintando retratos para sus amistades.


Aquello aconteció cuando ya tampoco vivía la tía Panchita, la mujer que una tarde salió a caminar para distraerse de tanto apuro que se amontonaba sobre su bondad. Lo bueno fue que resultó recompensada porque, de chiripa, recibió unas monedas de limosna. Ella se había sentado en un quicio para reposar sus pies cansados, según comentó más tarde.


La fatigada mujer, lo primero que hizo al llegar al cuarto -donde se mantenía con su venta de tamales junto a todos los familiares que se le arrimaban; incluida la familia del Chinillo, con su mujer y sus tres hijos- fue darle ese dinerito a su sobrino para que continuara con su vocación. Tal acto parece ser que, en definitiva, encaminó al joven Daniel hacia su sino, quien en un hecho fortuito logró inscribirse en La Esmeralda, en un taller libre para trabajadores, porque según su consideración, para lograr lo que él quería no necesitaba un certificado de preparatoria, del que carecía, como se lo exigieron en la Academia de San Carlos y ahí mismo, en La Esmeralda.


Durante esos meses también aprendió el oficio de tornero en algún curso impartido en el Politécnico. Con tal de continuar con sus clases, anduvo de aquí para allá, de allá para acá en talleres de mala muerte. En el último de éstos se enamoró de la hija del propietario del taller. Era bien delineada según los parámetros estéticos, clásicos, del joven Daniel. Sólo que un día no hubo más chamba... Y por ello, tal vez, esa joven mujer se convirtió en alguna musa que de La Esmeralda llevó a Daniel Manrique al (que aborrecería) Jardín del Arte, poco después que de casualidad se había encontrado con Antoni Tàpies, líder del informalismo español, impulsor de la idea de que la materia es el valor principal antes que la forma; de ahí que sea denominado representante de la tendencia matérico informalista en la pintura internacional y en particular en la española moderna y precursor del arte povera. Daniel lo halló en un librito amontonado en un puesto callejero de Tepito. Las imágenes impresas bastaron para que el joven Daniel se identificara con esa tendencia artística.


Entretanto en el Jardín del Arte no lo tomaban en cuenta. Y ni siquiera lo pelaron cuando a los líderes de ese lugar se les ocurrió que había pintores de primera, de segunda y de tercera categoría. A los de segunda con trabajos se les admitiría, pero a los últimos ya no se les permitiría exponer en el Jardín del Arte. Y éstos, entre los que ni siquiera Daniel estaba incluido, se le acercaron para proponerle que formaran otro grupo antagónico al de las “elites” que los habían querido borrar del mapa de los “artistas”. Por fortuna, un conocido de uno de ellos, viajero, con contactos en Europa y con palancas en las instituciones culturales del país, consiguió que expusieran en la Galería José María Velasco, en los linderos del barrio de Tepito. Pero ahí también se toparon con condiciones. La directora de este sitio, rechazó a algunos de los rechazados. Aunque uno de ellos no fue Daniel Manrique. Pero, debido a ello, él también fue acusado de culero por los rechazados doblemente. Asimismo, para continuar con los rechazos y las aceptaciones, los exponentes aceptados fueron rechazados cuando acudieron a invitar a la Comisión del 40 de Tenochtitlán para que asistieran a la exposición Visite Tepito, conozca México


No obstante, en el año de 1973, la inauguración se hizo en grande, pues se creó una vecindad “matérica”, texturas, colores, olores (de los asistentes). La Changa, sonidero de abolengo tepiteño, hizo la fiesta. Asistió la crema y nata de la sociedad tepiteña.


Y después del sonado éxito, los amigos del Casco (pintor acá también tepiteño participante en Visite Tepito...) quisieron hacer una exposición de ese nivel, pero en las paredes exteriores de sus vecindades. Algunos de los participantes en la exposición de la galería José María Velasco, ya no quisieron continuar. Bernal, el Casco y Daniel sí lo hicieron. Durante esos días empezaron a buscar el nombre de la exposición y por consiguiente del movimiento pictórico que se estaba creando en el barrio. Daniel propuso que se denominara Arte Acá. Aunque aún no tenía la argumentación de su choro, más adelante, entre otras ideas, se refirió, en su propuesta de una arquitectura acá, al cuerpo humano como primera casa que tiene continuidad en el piso de la vivienda que lo alberga, en las cuatro paredes que lo rodean, en el techo que lo cubre, y continúa en el patio al aire libre, en la vecindad, y prosigue en la calle, en el barrio, en la ciudad y, finalmente, en el país entero como parte del “hogar” del ser humano; y, con esta concepción, nos lleva a la convivencia entre iguales; y prosigue, de la misma manera, denominando al arte como referencia y base de todo conocimiento; y a las manos creadoras y a los oficios como procuradoras de bienes para el género humano, no para el enriquecimiento de unos cuantos...


Así nació el Tepito Arte Acá, que en sus inicios sólo fue Arte Acá. Pero algo aconteció, pues desde ahí mismo, Daniel empezó a perder compañeros de viaje. El Casco se apartó y se dedicó, más que nada, a realizar sus excelentes pinturas en bastidor. Bernal aparecía nada más cuando era llamado para trazar en la calle Florida o en Tenoctitlán o en Fray Bartolomé de las Casas. Hasta que no fue llamado más. Así, Tepito Arte Acá, entre premios, participación en luchas sociales (como lo hizo en contra del oficialista Plan Tepito), reconocimientos y acontecimientos afortunados o desafortunados, ha llevado a Daniel Manrique a Canadá, en dos ocasiones, a Francia, a España y, recientemente, en 2006 y 2009, a la Argentina, a un congreso de muralistas (donde encontró, en su primer visita, uno de sus murales que creía extraviado en Canadá).


En sus visitas a Canadá pintó tres murales (como siempre, casi de violín) en la Universidad Simón Fraser. Fue a Toronto y luego a la Universidad de Hamilton, esto en 1981. Un año antes en 1980, había estado también en Toronto, en compañía del argentino Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980, para develar uno de sus murtales auspiciado por argentinos y chilenos víctimas de las dictaduras de sus países.


Poco después, la historiadora de arte Gisele Provost -que había leído Des Murs dans la Ville de Gille de Bure, en donde aparecen tres murales de Daniel Manrique pintados en la vecindad de Florida 17 del barrio de Tepito (hoy desaparecidos junto con la vecindad original dañada por los sismos del 85)- entrevista al pintor y, poco más adelante, promueve el intercambio entre dos barrios populares, uno francés, La Saulaie, y otro mexicano, Tepito.


El 3 de noviembre de 1983, a las 19:30 horas, se inauguró el mural colectivo del Arte Acá  y el grupo Populart en el Instituto Francés para América Latina (IFAL). Lo inauguró el embajador francés Bernard Bochet invitado por el agregado cultural George Couffignal.


En abril de 1984, los mexicanos partieron hacia Francia. Iban Daniel Manrique y Brisa (amada e insustituible compañera del pintor), Carlos Plascencia y su mujer, y dos o tres parejas más. Arribaron temprano al aeropuerto de Orly, en Paris. Casi de inmediato, tuvieron una entrevista con el alcalde de Oullins y en seguida se fueron a La Saulaie, donde no tuvieron casi nada que ver con el grupo Populart, pero sí con un barrio formado por emigrados que constantemente arriban a Francia: árabes, italianos, latinoamericanos, españoles, africanos. Ahí Daniel Manrique pintó murales en anchas paredes y altos muros. Entretanto, los principales de Oullins, inauguraron una calle con el nombre de Tepito en ausencia de Daniel Manrique, principal representante del Tepito Arte Acá. Por ello, se engendraron disgusto y enemistades irreconciliables. Pero se mantuvo inamovible la entrañable amistad de Carlos Plascencia y Daniel Manrique.


Una vez terminados los trámites acordados, Daniel fue al Centro Cultural Ponpidou y al Museo Louvre, para presentarse ante la Mona Lisa (a quien más adelante, con humor, él agregaría en la mano derecha un gesto: los clásico caracoles dirigidos al público que la admira), y paseó por Les Champs Elisees. Al regresar de Francia se apresuró a degustar su sempiterno café en la mesa de un restaurante de la colonia Guerrero, donde lo encontró un dirigente de Campamento Unidos. De mutuo acuerdo, pintó murales para esa organización. Y más tarde en el Pedregal de Santo Domingo de los Reyes, participó en “choros y alegatos de cómo construir un centro cultural, La Escuelita Emiliano Zapata. De pasada, en decenas de cuadros pintó la epopeya de los colonos del inhóspito pedregal de Coyoacán.


En 1992, Heins Dieterich invitó a Daniel Manrique a viajar a España para realizar un mural monumento. Pero antes de partir debía pintar cinco mantas con el tema de la contra celebración de los 500 años de la invasión europea y como miembro de honor del Foro Emancipación e Identidad de América Latina. La Patria Grande. Como preámbulo, en la ciudad de México, ante, entre otros, Rigoberta Menchú, Sergio Méndez Arceo, Gregorio Seltser, Juan Boch, Daniel Manrique lanza su “choro teórico”, en oposición a lo expuesto por sus predecesores en el micrófono, en particular a lo dicho por Juan Boch, ex presidente de Santo Domingo: “No  puede haber un desarrollo económico porque no hay, no existe, no puede existir un desarrollo político, ¿y saben ustedes, y sabe usted señor Juan, por qué no existe un desarrollo político? Porque no existe crítica artística.” [...] “Aquí, en México, como en toda América Latina no existe el concepto de arte como base principal del pensamiento, esto quiere decir que no hay conocimiento, no hay ciencia ni técnica.”


Una vez lanzado su choro, Daniel se marchó a Puerto Real, en Cádiz, España. Dos artistas latinoamericanos crearían el mural monumento, Oswaldo Guayasamín, de Ecuador, y Daniel Manrique, de México. Cancelado el trámite, se fue a viajar por España en compañía de Heins Dieterich. En Madrid, visitó varias veces el Museo del Prado. Conoció mucha de la pintora española que era desconocida para él. Una vez “empapado” de pintura hispana,  regresó al barrio. En donde, en el año 2003, en el Centro Cultural Comunitario Lagunilla Tepito, develó una placa en su honor. En su discurso, pidió a la parte oficial que quería honrarlo, según exaltadas palabras, que mejor le dieran muros, pintura (apoyo económico, se entiende). Pero nadie respondió a su solicitud, como casi siempre le sucedió…


Porque hasta ahora, sin doblar las manitas, acechado por la miseria como siempre (en ocasiones no cuenta con alguna moneda para pagar su pasaje en el micro), este maestro pintor, casi setentón (nacido en 1939), calvo, con lentes, moreno, cuerpo de luchador, bajo de estatura, vestido de negro, orgullosamente ha cumplido con su íntimo propósito pesimista (que lo pintaría, de cuerpo entero, en uno de sus murales): “Como triunfo, me propuse fracasar. Me dije, si me propongo como meta fracasar, me cai de madre que sí la hago. Desde entonces todo lo que hago, lo hago para fracasar.” Y ha fracasado en grande, el cabrón, y con ello, incluida la paradoja, como él lo supuso, ha logrado triunfar.


Hoy, tres años después de impreso este escrito y en el año de su fallecimiento, recibió reconocimiento general, incluso en su barrio –al que seguramente, entre sus últimos pensamientos, le dijo: “ai la vemos”, como despedida que no lo es, en las primeras horas del 22 de agosto del año 2010.

Diego Cornejo Choperena (septiembre 2007 y noviembre del 2010.)



Fotografías del sepelio de 
Daniel Manrique Arias,
23 de agosto del 2010. 

En la capilla del panteón 
El ataúd
La tristeza de los personajes
La tristeza
Las plañideras
El inseparable morral del artista.
El hijo de Daniel Manrique
La cruz de cal, para el novenario
Retrato, J. Zúñiga, 1959
Autorretrato, 1968
Cuando di el viejazo, autorretrato, 1996
Daniel Manrique, 1939-2010
Asistentes al sepelio
El luto de los personajes
Diálogos, Carlos Plascencia


Susurros, Luis Arévalo y personajes
Una rola para Manrique
La Mona Lisa de Manrique
Rumbo al panteón
Hacia el lugar de la sepultura
El descanso final
Los dolientes
La familia en el adiós
Brisa, compañera inseparable de Manrique












La sepultura de Daniel Manrique Arias

jueves, 18 de noviembre de 2010

LA VECINDAD CONOCIDA COMO EL CAJÓN DEL MUERTO

La luz disimula la oscuridad
Puerta de entrada a una habitación.

Jose y su tatuaje
Personajes de Tepito. Esta narración fue parte de una exposición fotográfica mía (en una galería de barrio), titulada De todos los Tepitos posibles, acompañaba dos retratos, en blanco y negro, de la protagonista.

 


5 de enero del año 2003

Jose Lucas, mazahua clandestina y el Cajón del Muerto


 

El dédalo imaginario
Habita en el cuarto número 14 de la planta baja de la derruida vecindad conocida como el Cajón del Muerto. Es mazahua de Villa Victoria, Estado de México. Aunque hoy es una mazahua clandestina entre los millones de habitantes del Distrito Federal... debido a que a los 13 años de edad se escapó de su casa porque le disgustaba la escuela, tanto como le disgusta la ropa que viste su etnia; sobre todo, las faldas con brillo de satín. Tampoco le gusta hablar la lengua mazahua. Cuando se le pide que lo haga, más que nada la masculla y aduce que sólo conoce unas cuantas palabras. Parecería, aunque no lo confiesa, que siente rechazo o rebeldía contra su origen... Tal vez porque, como sus padres, su comunidad sancionaba que ella vistiera pantalón y ropa de la ciudad. Esa fue, dice, alguna de las razones de su fuga –junto con el rechazo al alcoholismo de sus padres y, sobre todo, el repudiar que ellos le manifestaran abiertamente, una y otra vez, que hubieran preferido que naciera varón, al ser la primogénita. Por ello optó por vagar en el asfalto, cerca de la estación del metro Observatorio. Aunque sus padres la regresaron con ellos varias veces, varias veces volvió con sus amistades de la urbe, en busca de alcanzar lo que ella llama “su libertad”... Así fue como en unos cuantos meses devino niña de la calle... Aunque a Observatorio llegó con el gusto por la cerveza, ahí conoció el activo, la mota, los chochos y la coca; sin embargo, dice, a ésa no le hizo... Pero sí se reventó en compañía de amigas o sola... Incluso padeció, dice, intentos de violación que por poco fructifican. Como aquella ocasión, en el barrio de Tepito, cuando las vecinas de la vecindad subieron a la azotea para evitar que una banda les hiciera el trabajito a ella y a una amiga. Salieron despavoridas y ni las gracias le dieron a sus salvadoras... En esas andaba cundo se unió a un joven violento. Ella no se dejaba  golpear  impunemente. Esto le causó cicatrices físicas y morales de las que hoy sólo guarda algunos malos recuerdos. Fue en ese tiempo cuando se sintió hasta la madre por la droga. La lengua se le trababa y la memoria se le escurría, extraviada. Sintió miedo y acudió a Alianza Victoria. Desde entonces agradece al sicólogo Carlos Núñez que le tendió la mano. A pesar de sus recaídas, la ayudó a salir de su bronca lo mejor posible. Sin embargo, a los dieciocho años, una vez que aprendió algún oficio, le informaron que ya estaba lista para salir a la calle. Por reglamento, debió abandonar Alianza Victoria... Fue a parar al  albergue  de  una congregación de monjas. Ahí encontró a quien sería su marido. Él había recorrido un camino similar al suyo... Poco después, cuando habían planeado fugarse, no faltó quien alertara a las religiosas, quienes  de inmediato los convencieron de que antes de irse se casaran por la iglesia... Lo quería mucho... Pero aún recuerda, sin poder apartarlo de su pensamiento, cuando por curiosidad leyó un cuaderno abandonado a la vista. Él escribía, en secreto, de sus personales asuntos íntimos... Le reclamó airada, lo insultó al puto... No acabó de inmediato su convivencia. Pero se le fue diluyendo la ilusión. Él terminó por devolverla con las monjas, ahora a un refugio para madres solteras, putas, ancianos, alcohólicos y niños de la calle, en el barrio de La Merced. Meses más tarde, cuando en definitiva él dejo de ocuparse de ella, “ya ni por teléfono se comunicaba”, poco antes de escaparse una vez más, a escondidas, volvió a darse sus toques de mota... Actualmente trabaja en la calle Talabarteros, donde hace el aseo en distintos departamentos, y los fines de semana acude a bailes. Los días festivos procura ir a Villa Victoria para visitar a sus padres... Entretanto, a solas, en su cuarto del Cajón del Muerto, acostumbra mirar, con añoranza, el álbum de fotografías del día de su boda...



Lalo, músico, personaje que sobrevivió en el Cajón del Muerto hasta el último día en que se mantuvo en pie esta vieja vecindad..


28 de enero y 6 de febrero del año 2003.

Lalo visitó y luego se quedó durante 10 años en el Cajón del Muerto...

y es parte de la mosca en la sopa. En un lugar donde reinan, a todo volumen, la Sonora Matancera, Celia Cruz, Sonia López, el mambo, la cumbia, la salsa, el baile con ritmo afrolatino... él pertenece, con su batería, al recién denominado El Cajón del Muerto, grupo que, con distintos nombres, venía ensayado su blues en el cuarto número nueve desde poco después de acontecidos los sismos del 85.
La batería


Lalo


El tapanco
Muchos de los habitantes del Cajón del Muerto abandonaron la deteriorada vecindad luego de ese terrible suceso... Así fue como Jesús Téllez, Chucho, estudiante de antropología y comerciante de artesanía en el Tianguis Cultural del Chopo, pudo introducirse a ese cuarto deshabitado para ahí subsistir y ensayar con sus sucesivos grupos: La Banda del Diablo, luego Barrio Blues Band,  más adelante Caminando en el Blues y ahora El Cajón del Muerto... Entretanto, Chucho, al casarse, le cedió el lugar a Lalo... Y así se quedó en la vecindad, sin pago de renta ni nada, Hilario Marmolejo Martínez (hoy con 46 años de edad) mejor conocido en el barrio como Lalo (quizás en la Balbuena, en la Moctezuma, en Valle Dorado, en donde, dice, tuvo mejor posición económica, sí lo conocen como Hilario)...  Aunque al mirarle, pareciera que Lalo es una desolación que llegó a refugiarse al Cajón del Muerto después de la inexcusable pérdida de su familia... y de su empleo bancario... Tal vez se quedó en el barrio con la ilusión de tomar el control de sus letras humorosas e irreverentes, de su fusión musical, del anhelado éxito jamás alcanzado... de su vida irresuelta en la concurrida, umbría y estrambótica habitación...
Tal vez por alguna de esas razones se ha esperado hasta el último momento, en medio del polvo y el fragor causado por la demolición, para abandonar el Cajón del Muerto...


La ropa en los tendederos colgaba como jirones de ahorcado

La humedad del Cajón del Muerto

La silenciosa Pantera

Los tres gatos.