(HE REPUESTO ESTA ENTRADA QUE EN DÍAS PASADOS DESAPARECIÓ DE MANERA INEXPLICABLE -DE ESTE INCIDENTE HASTA AHORA NO HE RECIBIDO RESPUESTA DEL ADMINISTRADOR, BLOGGER-. LA HE REPUESTO ACUDIENDO A MIS ARCHIVOS PERSONALES. AGRADEZCO A QUIENES LA LEAN PREVINIENDO QUE VUELVA A DESPARECER.)
Al ingresar
al "13 de Bartolomé" se tiene la impresión de que se retrocede en el
tiempo; aquel tiempo que se refugió en sus resquicios y en sus rincones
olvidados que, a la vez, atraen múltiples recuerdos: éstos nos transportan a
las numerosas habitaciones que nos circundan y, asimismo, nos llevan al primer
piso, al que se asciende por medio de una ancha escalera que, en medio del
patio, después de subir una decena de escalones, entre sus barandales de hierro
forjado, se bifurca a la derecha o a la izquierda. Parecería que, paso a paso,
quien sube podría encontrarse con algunos pachucos o rumberas, o con peladitos
albureros o con ñoras melodramáticas de la vida galante, o con cualquier otro
personaje cinematográfico de los años cuarentas o cincuentas del siglo pasado.
Porque, incluso, a través de la imaginación, aún se pueden respirar y percibir
los olores de aquellos tiempos (los sabrosos frijoles negros con epazote
cociéndose en una ahumada olla de barro, sobre brazas de carbón; o, por otra
parte, las deliciosas migas con su chile cascabel y su hueso con tuétano, o la
sopa de letra o de fideo con el "huacal" del pollo que le agrega un
exquisito, entrañable, sabor de añoranza, hirviendo dentro de una olla de
peltre abollada, puesta al fuego lento de una estufa de petróleo; o, de igual
manera, más allá, podrían percibirse, agresivos, los fuertes olores del
activador, del "tihner" o el cemento industrial que se utiliza para
la fabricación de calzado de calidad insuperable; o el aroma de las maderas de
la carpintería o del frío metal de la herrería que del cuarto de vecindad
desemboca hacia un local que da al exterior, a la calle del barrio transitada
por vecinos y desconocidos); también se escuchan los ruidos de los chiquillos
jugando en el amplio patio; gritan, corren, en rededor de los lavaderos
colectivos.
Entre
tanto, la voz de Julio Jaramillo, de Bienvenido Granda, de Pedro Vargas, de
Toña la Negra, la música de la Sonora Santanera, de Los Xochimilcas ("¡Que
se mueran los feos!"), se filtran, según se va recorriendo el patio, de
entre las rendijas de las dañadas puertas de madera. Se puede adivinar que esas
voces y melodías vienen desde las "zotehuelas", desde los tapancos de
las habitaciones en los que se ha equipado un taller familiar en el que, para
pasar las largas horas de labor, se sintoniza, en el recién adquirido aparato
radiofónico, la XEW, con Paco Malgesto y otros locutores de engolada voz.
Una vez
pasado el "shok" causado por la antigua vecindad (después de haber
traspasado el altar dedicado a la Virgen de Gualadlupe que resguarda el
zaguán), en un intento por volver al presente, de entre toda esa marea de
remembranzas, que sin duda dan identidad y arraigo a varias generaciones de
habitantes del Tepito de hoy, es bueno encontrarnos, vital, sobreviviente, a
una vecina del 13 de Bartolomé (aunque, para variar, nos llevará a revivir su
pasado que, por necesidad, vuelve a ser colectivo)...
La dama
que resguarda un antiguo instrumento musical
La señora
Marcela Silvia Hernández Cortés es la heredera de una tradición musical del
México de nuestros abuelos y bisabuelos: los cilindros de origen italiano o
alemán. Son aquellos instrumentos que, se dice, cualquier toca dándole vuelta a
su manivela, pero no todos lo cargan. Ella resguarda esta tradición musical en
el corazón del barrio de Tepito, en un departamento de la antigua vecindad
marcada con el número 13 de la Plaza de Bartolomé de las Casas, a un costado
del campo de futbol, conocido entre los vecinos como Maracaná.
(Sin embargo, hoy la mayoría de sus
altas y espaciosas habitaciones son utilizadas como bodegas de todo tipo de
mercancías que se expenden apenas saliendo a la calle.)
Don Pomposo Lázaro (¿ - 1912), padre de
10 hijos, músico y director de orquesta en su natal León, Guanajuato, fue el
primer mexicano que los adquirió y grabó música mexicana en los cilindros y dio
inicio, años antes de que principiara la revolución mexicana, por los mil
ochocientos noventa, al oficio de la compostura y el puntilleado de la
partitura musical en el chayote de los cilindros fabricados en Alemania,
Francia o Italia (llegados a México en 1884)...
Contaban
sus descendientes que una señora a la que don Pomposo le compraba las
tortillas, sabiendo que era músico, le pidió que le arreglara un cilindro que
tenía arrumbado. Don Pomposo le aclaró que no sabía de esas reparaciones, pero
que se lo llevara a su domicilio particular, a ver qué podía hacer.
Don Pomposo, con infinita paciencia,
mucha intuición y sabiduría de músico, resolvió el intrincado contenido de esa
caja musical con manivela... Y previendo que el mantenimiento y la compostura
de esos aparatos musicales serían un negocio con futuro, decidió irse a la Ciudad
de los Palacios. Le habían informado que en la capital se hallaba la principal
distribuidora de los organillos, la Warner & Leaven.
De los diez hijos de don Pomposo, uno
fue torero destacado, Rodolfo Gaona, y dos más aprendieron los secretos del
nuevo oficio que les legaría su padre: ellos fueron Alfonso Lázaro Gaona y
Gilberto Lázaro Gaona, quien se instalaría en el corazón del barrio de Tepito,
en el 13 de Plaza de Fray Bartolomé de las Casas, interior 7..
Don Gilberto Lázaro Gaona (1888- 1968),
en su tiempo director de orquesta de la Marina de México, en 1936 adquirió
algunos de estos complicados aparatos musicales de una vecina de la misma
vecindad, doña Julia Loredo, venerable anciana y pionera propietaria de
organillos que los hacía sonar en las ferias y circos que periódicamente se
instalaban en la Plaza de Fray Bartolomé de las Casa (donde hoy se ubica el
campo de futbol Maracaná). Poco más adelante, don Gilberto mismo mandó
traer o viajó a Alemania para adquirir más cilindros (la familia Gaona llegó a
poseer 200). Y los alquiló tanto para amenizar veladas bohemias como para
llevar serenatas o para la filmación de películas, o para enviar a recorrer las
calles a los tradicionales organilleros que se turnaban cargando los treinta,
cuarenta o los casi cincuenta kilos de peso del cilindro. Con el cilindro
inundaba las céntricas calles haciendo sonar sus melodías mexicanas.
Son tan complicados, tanto el
mantenimiento como la afinación de estos instrumentos (inventados en el siglo
XVII y dejados de fabricar en Alemania en 1927), que probablemente, haciendo a
un lado la aparición y evolución de otros aparatos musicales, estas
razones hayan contribuido su desaparición, aunque aún conserva algunos la
señora Silvia Hernández a la par de algún otro coleccionista.
Por demás es decir que ya no se
encuentran refacciones originales (como las teclas de la leve madera del pino
de Oregon) y si se consiguen, resultan muy complicados de afinar; esto es,
porque, no se exagera al confirmar que, prácticamente, en el interior del
cilindro se tiene que afinar una orquesta con todos los instrumentos posibles:
desde violines, arpas, violas, contrabajos, trompetas e, incluso, pianos.
¿Quién entona, afina y pone los acordes, los "adornos" de cada melodía,
de cada instrumento dentro de la fina caja de caoba o cedro blanco? Sólo un
avezado músico que sepa que dentro del cilindro, bellamente repujado con
maderas preciosas, se hallan, puestos en juego por la “manija”, el “secreto”,
las “puntillas”, los “burros”, los “trinos”, el “rosetón”, el “chayote”, los
“puentes”, la “biela”, el “fuelle”, los “vecos” y tantas decenas y decenas de
piezas más que sólo conocieron los iniciados, los miembros de la familiar
Gaona.
Entre
ellos, experto puntilleador, el fallecido esposo de la señora Marcela
Silvia Hernádez, quien en vida también llevó el nombre de Gilberto Lázaro
Hernández (1928-1986) (el mismo nombre de su progenitor).
En la actualidad, sin herederos a los
que les interese, sólo la señora Marcela Silvia Hernández Cortés resguarda esta
tradición musical muy identificada con la antigua ciudad de México, con las
céntricas calles de reminiscencias coloniales, pre-revolucionarias y
postrevolucionarias, de la capital mexicana.
De las centenas que, en el pasado,
poseyó la familia Gaona, hoy, la señora Silvia sólo atesora nueve cilindros
originales. Con cinco de ellos, sus organilleros, vestidos con el clásico
uniforme color caqui, limpios y bien planchados, diariamente salen del 13 de
Bartolomé a recorrer las calles.
Los cuatro
cilindros restantes permanecen en reparación en manos de la misma señora
Silvia, y de vez en cuando de algún conocedor chileno que de repente arriba
desde su lejano país e intenta arreglar los cilindros descompuestos. Para ello,
utiliza piezas de otros cilindros que han ido quedando inservibles. Así es como
sobrevive, en el siglo XXI, el antiguo instrumento musical del que es heredera la
señora Silvia Hernández, personaje insustituible del barrio de Tepito.
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En el
"13 de Bartolompe", a los largo de los años han acontecido sucesos
culturales variados y significativos para la comunidad local: en el
departamento del finado Mario Olivares, entre el coro de jóvenes, Emaús, se
inició la Peña Tepito, que posteriormente sería la contracultural Peña Morelos. En ese mismo departamento pitaron en su paredes artistas del Tepito Arte Acá,
entre ellos el maestro muralista Daniel Manrique. También se filmaron
exteriores de la película Chin Chin el Teporocho, dirigida por Ignacio Retes
con guión de Armando Ramírez, destacado escritor tepiteño; además, con
frecuencia, se han realizado documentales cinematográficos o televisivos...