Al Tirantes lo conocí hace un buen de años, a mediados de los años setentas del siglo pasado, cuando varios compañeros empezábamos con el proyecto cultural de la Peña Tepito. Por aquellos tiempos queríamos realizar un baile callejero nada menos que con Óscar de León. No sé cómo (¿alguien se lo había comentado?), pero Mauricio Castro supo que el Tirantes tenía contacto con aquél, quien empezaba a ser el personaje renombrado de la música tropical que hoy conocemos. Sólo que el Tirantes se nos había adelantado, lo supimos cuando nos entrevistamos con él. Óscar de León era su compadre, le había bautizado un hijo. Además, él proyectaba realizar un evento similar en el campo de futbol del barrio de Tepito, el que hoy es conocido como Maracaná. Aquél espacio terroso que por esos tiempos era delimitado por un alambrado y una barda que hacia el interior, a lo largo de cada costado, formaba unas pequeñas gradas donde se sentaban los espectadores, las porras y los aguerridos equipos de futbol amateur. No recuerdo si se realizó el baile planeado por el Tirantes, aunque no dudo que sí se haya llevado a cabo. Por nuestra parte abandonamos ese proyecto y continuamos, cada sábado, con la realización de la Peña Tepito en el 13 de la Plaza de Bartolomé de las Casas, la antigua y tradicional vecindad tepiteña, justo a un costado del campo de futbol, atravesando la calle.
Cuatro o cinco años después, Lu y yo quisimos ir a bailar al Salón Los Ángeles. Para nosotros, como quien dice, sería nuestra primera vez.
Aquella noche, por casualidad, al ingresar al renombrado salón de baile, entre la concurrencia distinguí al Tirantes en compañía de su esposa. Quise ir a saludarlo. Él, muy amable, como siempre ha sido, con sus modos y tonito tepiteños, sin que nunca hubiéramos tenido un trato o relación de amistad, me saludo cordial y de inmediato nos invitó a sentarnos a su lado, en la misma mesa que estaba ocupando en compañía de su mujer.
En unos cuantos minutos, empezamos a pasarla muy bien, disfrutando la música ejecutada por un grupo colombiano (si no mal recuerdo) y las florituras que desplegaba el respetable en la pista de baile. Fue entonces cuando el Tirantes, que momentos antes se había retirado, nos llamó y nos pidió que lo siguiéramos. Nos fuimos atrás de él, un poco sorprendidos, Lu y yo, o un mucho, porque sus pasos nos llevaron directo al escenario. No recuerdo cómo subimos pero en un momento nos encontramos ahí, a un costado del grupo que estaba tocando las sabrosas cumbias. ¡Uta! ¡Qué agasajo! Y todavía el Tirantes acercó unas sillas para que nos sentáramos ahí, cerquita del grupo, su mujer y él, Lu y yo (un poco apenados por estar en ese sitio, enfrente de toda la concurrencia). Increíble noche de música y baile (que tanto disfrutaba Lu, cualquier que fuera).
Cuando cerraron la puertas del Salón Los Ángeles, si no mal recuerdo, fuimos a finalizar la velada, el Tirantes y su esposa, Lu y yo, a un salón de baile de por Garibaldi. Punto final. Desvelados y satisfechos, al amanecer, cada pareja regresó a dormir bajo su techo.
Así fue como terminó esa primera vez. Un sueño cumplido, mío y compartido por Lu, aquel en que por fin, ella y yo, entramos a un salón de baile, nada menos que al Salón Los Ángeles, y, además, con la fortuna de habernos encontrado al reconocido Tirantes de Tepito, bailarín chingón, quien fue tan amable con nosotros.
Y ese es Arturo Ayala, un personaje del que he guardado un grato recuerdo durante un buen de años; y del que nunca me he quitado de la cabeza que desde ese entonces era el destacado, reconocido y excelente bailarían del barrio de Tepito, sin dejar de ser una chida persona; quien, incluso, desde aquellos tiempos, habitaba en una vecindad de la calle Peralvillo, al poniente de nuestro barrio, en el límite; y que tenía su puesto ambulante justo en el umbral de La Rinconada, a un costado del mercado de abasto de Tepito, y a unos cincuenta pasos de la iglesia de San Francisco de Asis.
De vez en cuando me di mis vueltas por el puesto callejero del Tirantes (no conocía su domicilio) con la intención de agradecerle sus atenciones de aquella noche. Pocas veces lo encontré, aunque siempre ocupado. Por su parte, también su mujer siempre estaba atendiendo a la clientela (era el apogeo de la venta de fayuca en Tepito).Y así nunca pude entablar un plática que me permitiera expresarles, a él y a su mujer, mi agradecimiento.
Se fue el tiempo y con ello se disolvieron mis intenciones. Pasarían muchos años, décadas, antes de que volviera a encontrarme con el Tirantes.
Nueve años después, cuando la Peña Morelos languidecía, el 19 de septiembre de 1985, al amanecer, un terremoto devasta grandes zonas de la ciudad de México. Acude mucha gente a nuestro local a solicitar ayuda y a ofrecerla. Ante tal demanda, entre acontecimientos desagradables, se forma la Unión de Inquilinos de la Colonía Morelos-Peña Morelos. Yo me alejo de esa nueva organización. Consideré que La Peña Morelos, como tal, organización cultural independiente, se había disuelto en definitiva.
Durante todo ese tiempo, y más todavía, nunca supe del Tirantes. Sin duda porque su ambiente era otro, el de los salones de baile.
Fue hasta la primera década del nuevo siglo que volví a saber de él. En 2003, en el Martes de Arte en Tepito realizábamos, en conjunto, un grupo de tepiteños, eventos culturales del tipo de la Peña Morelos y talleres gratuitos de enseñanza de oficios, siguiendo los paso del Taller del Arte del Calzado de Luis Arévalo. Para finalizar el día se organizaban bailes de música popular, sobre todo de danzón. Fue cuando se acercaron los maestros del baile popular de Tepito, representantes y parte de una entrañable y apreciada tradición del barrio. Entre ellos, una tarde, apareció el Tirantes.
En el trato casual, me di cuenta que de aquella velada en el Salón Los Ángeles, ya no se acordaba. Yo, por mi parte, nunca había mencionado aquel suceso, hasta ahora. Lo había mantenido sin olvido para mí, como algo único, íntimo, agradable para nosotros, para Lu y para mí.
Y la vida siguió con sus vericuetos y por ello pude fotografiar al Tirantes ejerciendo su arte, su gusto por el baile da salón, ahora en espacio público. Y así lo incluí en este blog, en Veteranos del caché en Tepito...
Arturo Ayala y Margarita Gutiérrez. |
Y la existencia siguió... hasta que, en octubre del 2012, una súbita, mortal, enfermedad me separó de Lu. Durante muchos días, muchas semanas, anduve obnubilado, sin ella, quien a pesar de cualquier situación, nunca dejó de ser mi compañera de vida.
Y, casualmente, volvió a aparecer el Tirantes. En el ir y venir desorientado, en la sobrevivencia (con el invaluable apoyo y compañía, antes y después del fatal acontecimiento, de mis hermanas y hermanos: Ana María, Sara, Eva, Raúl y Alberto), llegó a mis manos, por medio de un buen amigo, justo en el Martes de Arte, una hoja promocionando un evento de exhibición de baile de salón organizado por Arturo Ayala, el Tirantes, con un nutrido grupo de invitados. Volvieron los recuerdos y de inmediato pensé en Lu (recuperé "nuestros momentos, nuestros tiempos"), que le hubiera gustado acudir a disfrutar del baile de los pachucos y danzoneras, y me hice a la idea, la ilusión, de que asistiría(mos) -porque, sin duda, hay presencias (Lu y los buenos sentimientos que representa para mí) que nunca se diluyen, y en la ausencia permanecen intactas, sin perdida alguna, acompañando para siempre.
Ese domingo salí con la intención de captar en imágenes el sentimiento, el cariño, el profundo amor, que estos hombres y mujeres sienten por el baile popular, esos sentimientos que, sin duda, compartían con Lu.
Y tal cual, fue una exhibición chingona, digna de las expectativas que hubiera despertado en mi compañera. Entusiasmado, se lo comenté al Tirantes; quien, como siempre, se había portado muy amable, permitiendo que yo anduviera de aquí para allá haciendo mis fotografías. Entre ellas, capté, en pose, un momento muy emotivo después de que Arturo Ayala, padre orgulloso y digno, había presentado a su hijo, Francisco Ayala Ríos, Bárbara, travesti, interpretando a Gloria Trevi y a Gloria Stefan.
Chingón, de su parte, le comenté al Tirantes. Él, buen padre, luego luego me presumió que su hijo además actuaba en obras de teatro, en Los Albañiles, de Vicente Leñero, por ejemplo, en Guadalajara; y que un empresario insistía que regresara allá, porque sólo él podía hacer un personaje (un albañil al que le agregaba el tonito tepiteño) de esa obra que cautivaba al público, pero que ahora su hijo le ponía condiciones económicas para acudir al llamado; y que en bares, en ese momento en uno de la Zona Rosa, presentaba su espectáculo de travesti, por eso se había marchado de inmediato, sin esperar a que terminara el evento de baile popular organizado por su padre...
EN UNA GALERÍA DE ARTE,
EN EL BARRIO DE TEPITO
Pachuco en galería de arte. |
Mario Herández, El Dandi, y Ana Claudia. |
Ana Claudia y Mario Hernández, El Dandi. |
Ana Claudia y Mario Hernández, El Dandi |
José de la Rosa |
Piernas de bailarina, María Fernanda. |
Gerardo Rubio y Alma Rosa, Club Tepito. |
Alma Rosa y Gerardo Rubio, Club Tepito. |
María Francisa, Paquita,.Sevilla |
Paquita Sevilla y Gerado Rubio. |
Barbara, interpretando a Gloria Stefan. |
Bárbara, como Gloria Stefan. |
Hijo y padre, orgullosos. |
Bárbara, interpretando a Gloria Trevi. |
Bárbara, interpretando a Gloria Trevi. |
Alfonso y Carolina. |
Lalo y Gerardo, El Chivo. |
Lalo y Gerardo, El Chivo. |
Eder, Lorena y Pablo Daniel, Club de baile, Salsa y más. |
Lorena. |
Club de baile, Salsa y más, Eder, Lorena y Pablo Daniel. |
María Fernanda Frutos. |
María Fernanda Frutos y José de la Rosa. |
José de la Rosa, María Fernanda Frutos y Pepe el Sabroso (José Granados), |
corresponden a la exposición
Los días aciagos, de Lucía Vidales.