ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),

ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),
ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO.

Narrar y fotografíar

NARRAR Y FOTOGRAFIAR

para Cuauhtémoc García Arteaga, por su gran amistad.


Si me es posible comunicar, la palabra escrita y la imagen fotográfica me son vitales para lograrlo. Por ello, y por el intimo placer (egoísta, tal vez) que me produce hacer fotografía y cuento literario, abro este blog que me permitirá comunicarme y compartir estas vocaciones con familiares, amigos y, quizás, con algunos desconocidos que por curiosidad o por descuido entren en él.


Mi tema, inevitable para mí, es la ciudad y, en lo personal, mi barrio entrañable, que me ha llevado a realizar largos viajar sin abandonar mi habitación y, con ello, rondar entre sus calles y su arquitectura desmoronada y desteñida, vislumbrar sus entrañas, adentrarme en sus noches y sus amaneceres, en sus días opacos, umbríos y, en ocasiones, radiantes, aunque, muchas veces, éstos otorgan pocas esperanzas para esos seres escondidos, parapetados tras algún estereotipo demasiado gastado por la nota roja y por el paso del tiempo.


Por ello, lo sé o, tal vez, lo intuyo: no existe el ser humano que en el trajín de la vida a la sepultura permanezca ausente, inicuo, sin dejar huella. Siendo así, por ironía y paradoja, la gran mayoría de los que habitan estos rumbos obnubilados, me parece, no son los perversos que dejarán su huella criminal en las sombras de las habitaciones y de las vecindades (como lo imaginan los que temen al barrio). Esa huella no la dejarán ellos. Sin embargo, los que, con anticipación, los rechazan, los sancionan y los condenan (a la vez que denigran los estereotipo que sus "buenas conciencias" recrean a cada momento), sí lo harán, como ya lo hacen, sin ningún remordimiento, los políticos, los oligarcas neoliberales, los líderes sindicales, etcétera...

lunes, 7 de marzo de 2011

RECREACIÓN - UNA MIRADA A LA CULTURA TEPITEÑA





Ficción. Cuento.
Ilustración al séptimo cartel-cuento, Recreación, de la colección El Barrio, realizada por Arturo Pastrana.

Recreación

para Raúl Cornejo

Todo es posible. ¿O no? Dímelo tú. Incluso el salto de una perra preñada que en el vuelo va pariendo a su prole, embarrándola en el viento; quizás la deja abandonada en la ventana del sueño, en el  vano, en la jamba, bajo el umbral, en el humo de los cristales hechos añicos, o quizás cada cría atraviese el horizonte de un invierno. Tal vez  pudiera ocurrir que distinguiéramos al cachorro que quedó incrustado en una brizna de nieve. En las nieves que se desintegran y permanecen perennes como el recuerdo de la vocecita de mi hijo. Lo extraño. Dímelo tú si no. Para que me aliviane y me sostenga. Para que me ayude a dominar el miedo y el terror de estar encerrado o de pie frente a un filo agudo, tras una barda pequeña. Con un cabrón dando mandobles desde el otro lado, usando una navajita que me provoca carcajadas y, a la vez, miedo, mucho miedo. Y mi compadre como si nada. Desafiando al ojete que no se acerca, que le teme a la botella quebrada, como con colmillos afilados, del Chuchín. Empuña con miedo su navaja. Parece que quiere matar y no quiere. Lo invade el miedo y la vergüenza. Vergüenza por que si se abre, los del barrio le dirán que es un ra­jón, que cómo es posible. Los güevos sólo los cargan los cabrones de veras. Y sí, es cierto. Chuchín lo demuestra, ni para atrás ni para adelante. Al menos eso dis­tinguía yo. También escuchaba las mentadas que nos mandaban las viejas desde las azoteas y los balcones. Decían que dejáramos al cabrón de la navajita, que montoneros hijos de la chingada. Y yo me atolondraba más con esos gritos y la calina y la briaga y el miedo amontonados en la cabeza, sintiendo el cuerpo hecho de humo y lodo, sin entender por qué llegó ése amenazando al Chuchín, por qué lo quiere matar. Y yo, ni madres, no me meto, no los separo. Si quieren que los calmen ellos, Rubén y el Alemán. Ellos que se fugaron cuando llegó el de la navajita. Corrieron a ponerse a salvo entre las putas del vecindario. Ahora Rubén carga a su chavito y el Alemán abraza a su querida. Gritan, trepados en sus balcones como guacamayas. Ni madres, ni madres, que bajen ellos a desapartarlos. ¿Qué no se dieron cuenta que hace rato lo intenté y se les encresparon más las muecas de odio? Y no, con Chuchín no me bronqueo, no hay necesidad. Si se quiere morir que se muera. Yo seré el primero en ir a su velorio y en acompañar su cadáver al panteón. Por algo es mi compadre. Por eso desde niños andamos juntos. Al principio nos caíamos mal, nos dábamos nuestros buenos puñetazos, nos ahuecábamos el cuero, duro y bonito. Por lo encajoso, pleitero y cabrón que es. Ama el pleito, a eso se debe que sea así. Yo me parezco a él. No me atemori­zan sus puños. Esa es la razón de que finalmente nos hiciéramos compadres, buenos compadres. Dímelo tú. Aunque compadres y todo, aun así nos acomodábamos madrazos chingones; nos sorrajábamos las mejores mañas que nos sabíamos. Y aquello por causa de sus ondas. Que no me agarres o te rajo tu pinche madre. ¿Que qué transa, por qué te calientas conmigo? ¡Suéltame! Y su coraje se vuelve contra mí y yo no, éste no se desquita con su compadre. Aprieto los puños y las venas se me hinchan y pan-pun-cuas, ninguno se da por vencido hasta que nos separan. Sangre que escurre de la nariz, alguna herida en las cejas y los labios, cabellos enredados entre los dedos y pellejos en las uñas, era lo que nos quedaba de la bronca. Luego, mientras se nos encostraban las heridas, nos íbamos a continuar o iniciar una borrachera. Así que no tiene caso. Si lo separo él tiene una botella y yo otra. Chance y aquí sí me quedo yo o se queda él. O chance y el de la navajita se aprovecha y adiós compadre. No, que vengan ellos. Que bajen. Pero no bajan y siguen gritando, vociferando entre el coro desafinado de putas, con la querida del Alemán dirigiendo la orquesta. ¡Pinche vieja! Apenas se puede creer que el Alemán la padrotee y que todavía lo deje tener aparte una noviecita santa. Y grita y se prende del pescuezo del culero que se carcajea mirando cómo se fuga el de la navajita. Lo siguen el Chuchín y su hermano, el Picochulo. Lo persiguen apedreándolo. Pero el de la navajita se salvó de que lo alcanzaran. Nomás lo persiguieron hasta la esquina de la cuadra y se regresaron. Las viejas de los balcones recogieron sus gritos como si recogieran su ropa de los tendederos. Echaron una mirada de soslayo y se metieron en sus madrigueras.
Chuchín y el Picochulo regresan sonriendo muy satisfechos. Sobre el rostro del Chuchín escurre el sudor que cae en su camisa mugrienta de hojalatero. Salú, dice, y se empina la garrafa de pulque. No trastabilla, se sostiene como si la borrachera que antes de la bronca lo tenía zumbado ni hubiera existido. Hasta se me cortó, dice y se bebe otro buche. El Picochulo se despide dándome palmadas en la espalda y recomendando a su hermano que se cuide. Nos quedamos solos otra vez. Bueno, no tan solos, porque algunos ojillos que pasan o que miran desde las ventanas nos custodian o nos condenan y se cuidan de nosotros. Nos vale. Nosotros nos sentamos en el quicio del edificio. Bebemos turnándonos la botella. Mientras, la tarde va cayendo como la bebida en mi estómago. El calor todavía calienta el aire que flota y desfigura el pavimento. Exhalo eructos. A lo lejos se escucha a Bienvenido Granda o a la Sonora Santanera o a Rigo Tovar. Chuchín y yo aprovechamos para acompañarlos en sus tonadas, a pesar de las risillas de los chiquillos o de los cuates que pasan y se detienen para saludarme o hacerme una invitación: que vente a jugar futbol al equipo de Hacienda; que mañana se casa mi hermana, vas. Dímelo tú. ¡Esos son los cuates! No se olvidan de mí aunque sólo los visito cada fin de año. Y abrazan y abrazan y ya me tienen fastidiado y a alguno que otro que me cae gordo lo mando a chingar a su madre. No responden ni respingan, saben quien es Raúl Cornejo, alias el Brasil, mal conocido por el Chanclotas. Lo de Brasil es por mi buen futbol, ellos lo reconocen; lo del Chanclotas, mejor ai muere. Pero por ahora todos se van, nos dejan abandonados como si fuéramos ánimas condenadas a vagar por Tepito. Al final de cuentas, no me importa. Que se alejen de mi paisaje de callejón flotante, de zumbido que deviene angustia porque Chuchín ahora se bronquea con uno que empuña un puñal, no una navajita, sino un puñal aguzado y fino como un picahielo. Se la mientan y sólo esa bardita contiene la furia que se desborda en cada insulto que golpea el viento del anochecer. Yo los veo como si navegara y presenciara el pleito a través de un ojo de buey. Balbuceo alguna palabra briaga, algún dialecto de borracho que ni yo entiendo. En eso, el que está  del otro lado, se deja venir en mi contra, sin alcanzar a tocarme. Chuchín, entre la penumbra del alumbrado público, se aprovecha y lo ataca. Los dos se enfrasca y se mezclan y se revuelcan. Chuchín con su botella colmilluda y el otro con su puñal. Luego yo me acerco y le entro. Cuando me doy cuenta ya vamos correteando al gandalla del puñal. Caigo y Chuchín me levanta para que prosigamos la persecución. Pero se nos escapó. Sólo durante unas cuadras tratamos de alcanzarlo. Sangrando, se perdió en el barrio. Regresamos carcajeándonos, aún más briagos que sobrios, a la botella, a seguirla de nuevo. Nomás que esta vez nos fuimos a la casa de Chuchín. No estaba mi comadre ni mi ahijado y hasta la mañana siguiente regresaría de visitar a sus padres. Allí llegamos con la intención de ver el boxeo, caer vencidos en los sillones y despanzurrar un sueño. Sentado tuve la creencia de que por fin terminaban mis preocupaciones en el canijo Tepito y de que por fin me resguardaba del peligro de sus calles umbrosas. Creí que me cobijaría el sueño en la casa del Chuchín, quien cayó súbitamente, resollando como toro. Pensé que lo había derrotado la borrachera. Más tarde supe que no. Dímelo tú. Ni se movía, sólo miraba la televisión, resoplando un sonido que más parecía salido de un socavón que de mi compadre. Era una especie de gruñido, era su agonía. Derechito, con la vista puesta en la pantalla, se fue doblando. Ahí se quedó, porque yo me dormí hasta que vino su mujer al día siguiente. Gritó señalando la mancha medio coagulada que había bajo el cuerpo de mi compadre. Me despertó ese aullido que se eternizó en el hocico de mi comadre. Reaccioné y, bien crudo, quise levantar a mi compadre para llevarlo a un hospital, pero nomás no lo logré. Estaba enroscado, frío, muy pesado, atiesado para siempre. Vinieron los vecinos y luegoluego creyeron comprender lo que había sucedido: que yo, aconsejado por la borrachera, le agujereé la panza y luego me tendí a dormir, sin ningún remordimiento de conciencia. Yo ni podía responder, cantaba la guácara en el baño. Luego, ya cuando me refundieron en el tambo, mi mujer me trajo la explicación. Me dijo que el de la navajita tenía broncas de mucho tiempo con el Chuchín y era hermano del que llegó des­pués con el puñal. Lo que siguió ya te lo sabes. ¿O no?

'Ora te toca a ti. Cuén­tame tu historia. Me gusta oírla. Me caga de risa tu mala suerte. Mira tú que por robarte un litro de leche ya tengas siete años enjaulado y sin saber si has sido condenado o no, esperando que la justicia se acuerde de ti. Chance y hasta creen que ya andas libre, robándote otra vez la leche para tus hijos y suponiendo que tarde o temprano volverás a caer en sus manos. Anímate, cabrón, no estés triste. Cuén­tame tu historia. Tenemos que entretenernos para que el tiempo pase aprisa. Quien quita y en una de tantas vienen a soltarnos y a pedirnos disculpas por su equivocación. 

Diego Cornejo Choperena

Portada del cartel-cuento Recreación.

Recreación, Diego Cornejo Choperena, Cartel-cuento, Colección El Barrio, publicaciones de la Peña Morelos, 1983, Tamaño 69 x 30 cm.


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 LA PRODUCCIÓN EDITORIAL Y LITERARIA DE LA PEÑA MORELOS
Texto de la invitación, a la presentación de la colección El Barrio en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, México D.F. 13 de noviembre de 1983,
Cartel-invitación

No fue mucha la producción editorial y literaria de la Peña Morelos, pero, como dirían los clásicos, sí sustanciosa. Entre la publicación de carteles con poemas de Brtolt Brecht y carteles informativos, en 1983 en la colección de 7 carteles-cuento titulada El Barrio, se publicaron 7 cuentos (300 ejemplares de cada uno) correspondientes a 7 distintos escritores: Miguel Donoso Pareja (ecuatoriano), Regino Pedroso (cubano); y cinco jóvenes mexicanos: Juan Villoro, Gustavo Masso, Alejandro García, Roberto Bravo y Diego Cornejo Choperena, a quien corresponde el cuento que a continuación aparece. Éste fue ilustrado por Arturo Pastrana. Los restantes seis carteles-cuento fueron ilustrados por Ana Barreto, Salvador Carrillo, Antonio Ramírez, León Chávez Texeiro y otros dos excelentes ilustradores, de los que no tengo certeza, pues no cuento con información que me lo ratifique, uno de ellos fue citado y conocido como El Chamuco y el otro como Mario Ortiz. El diseñador de la carpeta que los contenía, impresa en serigrafía por él mismo, y coordinador de los ilustradores fue el entrañable Felipe Hernández... 


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LA PRODUCCIÓN ARTÍSTICA Y CULTURAL EN TEPITO

En Tepito la producción artística y cultural tiene muchos años de llevarse a cabo de manera, por así decirlo, subterránea. Por supuesto, dichas expresiones culturales nunca han sido incluidas dentro del circuito de "la alta cultura" de la gran urbe (uff, qué alivio, pienso). Así pues ha quedado en manos de los vecinos del barrio el reconocimiento o no de su valía.

Dicha producción fue más notoria a partir de la década de los años setentas del siglo pasado, cuando surgen el movimiento muralista denominado Tepito Arte Acá y la Peña Morelos, de los que ya hemos escrito en varias entregas de este blog.


Para dar fe del señalamiento anterior, puede citarse que durante los inicios de los años setentas de siglo pasado, se publicó El Ñero, un tabloide en el que cabía toda la problemática que interesaba al barrio y, también, cabían todos, entre ellos Armando Ramírez, quien estaba a punto de publicar Chin Chin el Teporocho (el narrador es el único personaje reconocido más allá del barrio, junto, tal vez, con Daniel Manrique), y muchos otros, entre ellos, el mismo Daniel Manrique y Luis Arévalo (de quien también se ha escrito en el presente blog). Este tabloide fue propiciada por el sacerdote Federico Loos, párroco de la iglesia de La Divina Institución.


De esas dos propuestas devinieron otras más, sobre todo a partir de los sismos de septiembre del 85. Ese año aparecen la revista Desde el Zaguán, editada por Fernando Ramírez, El Poeta, quien solicita y reúne escritos de los habitantes del barrio y los publica tal cual, sin corrección de ninguna clase, lo que la convierte en una primigenia revista literaria, impresa en fotocopias y cuando es posible hacerlo. Hasta hoy, aparece esporádicamente, aunque ya tiene varios años de no hacerlo.


En seguida viene otra revista, más elaborada, con diseño un tanto más profesional, ilustrada y con contenido literario que pretende serlo en serio, y lo logra, sin duda. Editada por un consejo editorial entre los que destacan Rafael López y Mario López, uno escritor y músico, y el otro, escritor, diseñador e ilustrador de esta revista denominada La hija de la Palanca, en honor a una pulquería que existió en una de las cuatro esquinas que forman el cruce de las calles de Fray Bartolomé de las Casas y Tenochtitlán, en el barrio de Tepito. Alguna vez escuché a Mario López recordar que a ese lugar acudía su padre para degustar sabrosos curados de todos los sabores. Esta revista, como la mencionada anteriormente sufre por carencia de apoyos económicos, de los que ha recibido algunos, institucionales y particulares, que le han permitido sobrevivir, aunque, como El Zaguán, también ya tiene algunos ayeres que no es impresa en tinta.


Hubo otra revista, la que fue denominada Tepito Crónico, por su editor Eduardo Vázquez, coordinador de talleres literarios, escritor de cuentos y de una novela que ha sumado algunos años en espera de editor. Su revista también sufrió por carencias económicas, por lo que Lalo Vázquez dejo de publicarla.


Por el lado de los pintores, he oído y conocido algunas obras de una artista plástica de nombre Beneranda, de quien desconozco bien a bien su obra, aunque alguna vez acudí a una exposición de Daniel Manrique en la que alternó con ella. Figurativa, tal vez, no sé más de ella, pero quisiera saber... Del que sí sé es de Eduardo Candelas a quien apenas le alcanza el lienzo, porque se sigue en los bordes doblados en el bastidor y ya no continúa en la pared porque al retirar el lienzo quedaría un vacío imperdonable. También hace escultura y experimenta con todo material que se pone a su alcance... Excelente experimentador, Eduardo Candelas...
Y, por supuesto no puedo dejar de mencionar, ¡sería imperdonable!, al gran maestro, autodidacta, Julián Ceballos Casco, fundador del Tepito Arte Acá, al lado de Daniel Manrique. Ellos dos, quienes prosiguieron sus caminos distanciados, son una base muy sólida para los artistas plásticos del barrio de Tepito. Otro artista, que no debo dejar de mencionar, es Felipe Hernández, viejo militante de la Peña Morelos, reconocido por su labor en la serigrafía, en carteles y mantas. A Daniel Manrique ya le dediqué espacios anteriores en este blog. Un artista indispensable para el barrio.

Por el lado de la música destacan el grupo Son como Son, encabezado por Antelmo "Temo" Pérez, de ranció abolengo tepiteño, con un rico pasado de lucha social, actoral y musical. Otro grupo destacado, el negrito en el arroz, porque, inusitadamente, toca blues enmedio de un ambiente más guapachoso, tropicoso, que agringado, es El Cajón del Muerto, con su líder, Jesús Téllez, que lo mantiene a flote, integrando a nuevos músicos e intérpretes de sus canciones identificadas con el Tepito y sus alrededores, y con su maestría en la guitarra.

El Espacio Cultural Tepito


En el año 85 también resurgió el Espacio Cultural Tepito, en Vidal Alcocer número 114, a un costado de la iglesia de la Divina Institución, precisamente en donde el cura Federico Loos, gringo él, propició cooperativas, el tabloide El Ñero, una guardería y una Biblioteca de la Juventud (en 1968), ahí también se instituyó la preparatoria popular Comitancillo (en ese sitio hicieron su prepa, Mario López, entre otros muchos tepiteños).


De igual manera, en ese mítico lugar, en 1994, Luis Arévalo estableció su Taller libre del arte del Calzado, para impartir sus clases para enseña a hacer el calzado de manera gratuita a cualquiera que se lo solicite.


El Espacio Cultural Tepito, después de los sismos del 19 de septiembre del 85, no trascendió más allá. Sus integrantes, además de habilitarlo como centro de acopio para beneficio de los damnificados, en un momento dado quisieron hacer una labor similar al de la Peña Morelos, pero los tiempos y las condiciones (como se vio en La inverosímil historia de la Peña Morelos, se allá también en este blog) cambiaron radicalmente desde ese septiembre fatídico. Por ello, ese proyecto ya no tuvo continuidad.


Durante los primero años del nuevo siglo, en Tepito han surgido el Comité Martes de Arte en Tepito, Títeres en los Palomares y Alameda Tepito, promovidos, en su inicio por un mismo comité. De estas aventuras culturales aún se está escribiendo su historia...


Como se está escribiendo la inverosímil historia de María de la Luz Cadena, creadora de grupos de teatro infantil justo en el inhóspito espíritu del barrio de Tepito...




Por cierto, existe un grupo de teatro Tepito Arte Acá, desde hace muchos años, pero, quizás por sus necesidades, no se han desarrollado dentro del ámbito tepiteño, sino en espacios ajenos a éste. Aunque no por ello dejamos de lamentar que hace pocas semanas, se le expulsó del teatro donde realizaba sus presentaciones, con el argumento de baja calidad e incluso acusándolos de piojosos (lo leí en el facebook, donde lo denunciaron y tienen su espacio). Es injusto que por esos argumentos (puro prejuicio) se les haya despojado de su escenario. Por ello, en solidaridad solicitamos a las autoridades que les otorguen el Teatro Gorostiza que se encuentra abandonado, en paupérrimas condiciones, desde hace muchísimos años. Además, se halla en los linderos del barrio de Tepito.

Por otra parte, tanto Armando Ramírez, escritor de la novela Chin Chin el Teporocho, entre otras más, y Alfonso Hernández, del Centro de Estudios Tepiteños (CETEPI) -del que no es público el tamaño de su acervo ni sus estudios e investigaciones pasadas ni acutales-, y cronista del barrio, su labor (de ambos) está más dirigida a lograr el reconocimiento en el exterior que en el interior de Tepito (dicho sea esto, sin restarles ningún mérito personal), en comparación con los otros personajes o grupos que realizan (o realizaron) su labor, de forma preponderante, en el interior del barrio.









(Fotografías de Luz María Cadena y de alumnos de sus grupos de teatro infantil.)