ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),

ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO),
ASOMÁNDOSE A LA CALLE. DE LOS BENÉFICOS TALLERES DEDICADOS A LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN TEPITO.

Narrar y fotografíar

NARRAR Y FOTOGRAFIAR

para Cuauhtémoc García Arteaga, por su gran amistad.


Si me es posible comunicar, la palabra escrita y la imagen fotográfica me son vitales para lograrlo. Por ello, y por el intimo placer (egoísta, tal vez) que me produce hacer fotografía y cuento literario, abro este blog que me permitirá comunicarme y compartir estas vocaciones con familiares, amigos y, quizás, con algunos desconocidos que por curiosidad o por descuido entren en él.


Mi tema, inevitable para mí, es la ciudad y, en lo personal, mi barrio entrañable, que me ha llevado a realizar largos viajar sin abandonar mi habitación y, con ello, rondar entre sus calles y su arquitectura desmoronada y desteñida, vislumbrar sus entrañas, adentrarme en sus noches y sus amaneceres, en sus días opacos, umbríos y, en ocasiones, radiantes, aunque, muchas veces, éstos otorgan pocas esperanzas para esos seres escondidos, parapetados tras algún estereotipo demasiado gastado por la nota roja y por el paso del tiempo.


Por ello, lo sé o, tal vez, lo intuyo: no existe el ser humano que en el trajín de la vida a la sepultura permanezca ausente, inicuo, sin dejar huella. Siendo así, por ironía y paradoja, la gran mayoría de los que habitan estos rumbos obnubilados, me parece, no son los perversos que dejarán su huella criminal en las sombras de las habitaciones y de las vecindades (como lo imaginan los que temen al barrio). Esa huella no la dejarán ellos. Sin embargo, los que, con anticipación, los rechazan, los sancionan y los condenan (a la vez que denigran los estereotipo que sus "buenas conciencias" recrean a cada momento), sí lo harán, como ya lo hacen, sin ningún remordimiento, los políticos, los oligarcas neoliberales, los líderes sindicales, etcétera...

jueves, 30 de diciembre de 2010

LUIS ARÉVALO, ZAPATERO POR SIEMPRE


Luis Arévalo, zapatero por siempre, de la serie Oficios en extinción,. plata-gelatina

El oficio de zapatero lo aprendió en el taller familiar que dirigía su padre, don Agustín Arévalo Talancón, quien en un principio fue joyero de oficio.... 

Don Agustín llegó al barrio de Tepito proveniente de Guadalajara, Jalisco, en plan de aventura, con un grupo de jóvenes, a mediados de los años treintas del siglo pasado. Sin embargo, cuando se acercó la hora del regreso, prefirió quedarse en el barrio... Con el paso de los días, de las semanas, no le resultó fácil encontrar trabajo en su oficio de joyero y entonces decidió entrarle a cualquier chamba. Afortunadamente, en su apurada búsqueda, andando por la calle de Gorostiza, se topó con un taller de calzado. El maestro zapatero lo recibió para enseñarle el oficio de crear calzado con la piel y el cuero del bovino... Y de ahí en adelante, zapatero a tu zapato. 

Pocos años después, don Agustín se unió a doña Guadalupe Venegas Peña, que, por su parte, era adornadora de zapato. En una década, rebasadita, en la vecindad número 97 de la calle Peñón del barrio de Tepito, ambos procrearon diez hijos, de los que Luis Arévalo Venegas fue el segundo. Luis trabajó en el taller de zapato de sus progenitores hasta los 13 años de edad. Eso porque don Agustín lo mando a la chingada... 

El pequeño Luis nomás le pedía que no le mentara la madre. Nomás eso. Pero ese ruego encabronaba más a don Agustín, que no paraba de mandarlo a la rechingada puta madre. Todo porque el niño no hizo bien la costura de una tarea de zapatillas. En el momento de adornarlas se les caía el moño apenas sostenido por unas cuantas puntadas. 

El pequeño Luis salió lagrimeando a la calle. Don Agustín le había dicho que ahí no era hotel ni fonda ni asilo de mantenidos pendejos. Tenía que irse a trabajar, a ver dónde. 

En toda la tarde, el pequeño Luis no encontró chamba. Ningún zapatero le creía que fuera maquinista. En esos talleres querían maestros no probar a chamacos caguengues, le contestaban cuando el niño sugería, suplicaba, que lo probaran una semana para que les demostrara que sí la hacía

De regreso a la vecindad, Luis se encontró a sus amigos y perdió el tiempo jugando. Fue cuando su padre lo sorprendió y quiso darle un puntapié en las nalgas. La reacción del niño evitó el golpe, pero recibió un pisotón muy doloroso. Luis, aún hoy, ya canoso, parece sentir ese intenso dolor cuando recuerda aquel mal día.


A la mañana siguiente, don Agustín mandó a su hijo a  la calle de Aztecas, al taller de un compadre, donde sí fue aceptado como maquinista. 

Pero para los niños, el tiempo pasa muy rápido y en unos meses, Luis Arévalo, pequeño maquinista de calzado, prosiguió con su oficio en otro de los talleres que abundaban en la calle de Libertad. Su intención fue aprender a crear finas zapatillas de mujer. Y lo logró... Porque, desde los 15 años aprovechó la oportunidad de laborar en una importante fábrica de calzado. Ahí, creía, se realizaría plenamente como zapatero. Eso explica porque en esa fábrica permaneció durante 21 años y en otra, donde le mejoraron mucho su sueldo, por doce o quince años más. 

Los conocimientos acumulados desde su temprana infancia, llevaron a Luis Arévalo a convertirse en joven maestro de uno de los oficios con más tradición en el Tepito de las décadas de los cuarentas, los cincuentas, los sesentas y parte de los setentas.

Pero Luis Arévalo, no sólo fue y es fiel al único oficio que ha ejercido desde su nacimiento, pues, recién casado, a los 21 años de edad, morador de la vecindad conocida como el 100 de Rivero en del único barrio en el que ha habitado, se involucró en otra de las pasiones que han gobernado su vida: la lucha por la mejora social de los habitantes del barrio de Tepito. Esto a través de la Comisión del 40 de Tenochtitlán. 

A principios de los años sesentas del siglo pasado, las asambleas y reuniones se llevaban a cabo en el interior de la cisterna vacía de aquella vecindad. Don Ernesto Gómez, el más entrón y sagaz, presidía las reuniones, al lado de don Jesús Lira y el señor Linares, entre otros que formaban un grupo de no más de ocho miembros. En un principio, ellos lucharon en contra de que los agentes apañaran y extorsionaran a los jóvenes de esa zona del barrio. Con frecuencia, cuando éstos caían en manos de los judas de aquel entonces, eran obligados a delinquir para que se mocharan con su coperacha, de lo contrario los refundirían en el fresco bote. Los viejos (cuarentones de aquellos días) acudieron con los jefes de la policía, se quejaron y reclamaron. Finalmente acordaron que a los jóvenes del vecindario les darían unas credenciales de la Comisión del 40 para que los agentes policíacos los identificaran y no les cargaran la mano

Pero no se quedaron ahí, los viejones acudieron con los comerciantes del barrio y les solicitaron mercancías. Con ellas pusieron a trabajar a los jóvenes en puestos ambulantes, para que las ganancias las reinvirtieran con el mismo comerciante que les había facilitado su merca

Al lograr estos resultados, los integrantes de la comisión vislumbraron que podrían ampliar la organización y resolver otros problemas que afectaban a la comunidad. Y se dieron a la tarea de recorrer las vecindades invitando a los vecinos a integrase a la Comisión del 40 de Tenochtitlán. Luis Arévalo llegó a la Comisión como parte del comité del 100 de Rivero... 

Más adelante, sumados los nuevos miembros, se formaría la Asociación de Inquilinos del Barrio de Tepito. 


Siendo ya miembro muy activo de la Comisión del 40, Luis se acercó al inquieto (y, podría decirse, temprano seguidor de la Teología de la Liberación) sacerdote gringo Federico Loos, de la parroquia de la Divina Institución, en la avenida Vidal Alcocer (fundador de telesecundarias y preparatorias populares, cooperativas y cajas de ahorro) y escribió en el periódico El Ñero, también impulsado por aquel sacerdote. En ese tabloide, Luis criticó, en palabras impresas, la incipiente literatura de Armando Ramírez, además de las mafias, de toda clase, existentes en el barrio de entonces... 

Y, aunque nunca realizó algún trazo en los muros del barrio, se mantuvo al lado de Daniel Manrique, pintor muralista del naciente Arte Acá. De igual manera fue tan intransigente como Enrique Cisneros, El Llanero Solitito, a quien acogió en su casa por algunos meses, porque andaba presentando obras de teatro y música panfletaria y de protesta en un forito construido a la orilla del atrio de la iglesia de San Francisco, a un costado del campo de futbol.

Entretanto, a principios de los años setentas, la Asociación de Inquilinos del Barrio de Tepito, por ese entonces avocada a resolver los serios problemas de rentas congeladas y de desalojos de los habitantes del barrio, tuvo que afrontar el Plan Tepito promovido por la regencia de la ciudad... 

La Asociación pasó a formar parte del Consejo Consultivo del Barrio de Tepito, donde se incluyeron, además de los inquilinos, los comerciantes fijos y los ambulantes, y los propietarios de locales y vecindades. De las negociaciones con los representantes de la regencia surge la Comisión de los Nueve (toman parte cuando menos un representante tanto de cada sector del barrio como del lado oficial). En esta comisión, aguerrido como es, también tomó parte Luis Arévalo.

Así, bajo un mismo techo, en la antigua Delegación Cuauhtémoc, frente a la Plaza del Estudiante, empezó la lucha sorda entre los opositores tepiteños y los representantes de la regencia de la ciudad. Interminables discusiones y aparentes acuerdos. Algunas amenazas veladas y otras no tanto y, en medio del estira y afloja, a varios miembros de la Comisión de los Nueve, los representantes oficiales les ofrecieron un sueldo. Sólo tres miembros de la comisión rechazaron la propuesta de sus contrincantes políticos, entre ellos Luis Arévalo.


Fue cuando, a mediados de los años setentas, Luis se “jubiló” de la grilla política. A esa determinación lo llevó una úlcera duodenal causada por las fuertes tensiones nerviosas que había soportando, durante su lucha por alcanzar el respeto a los derechos de la comunidad inquilinaria que representaba. 

Aunque, a decir verdad íntima y personal, más contribuyó a su retiro, una decepcionante y claudicante amistad. El compañero entrañable (a quien conoció de mirón, cuando Luis, con otros miembros de la asociación, intentaban impedir un desalojo), al que llevó y presentó en la Asociación, junto con el que fue firme luchador contra la imposición del Plan Tepito, también había terminado trabajando para los funcionarios a los que habían confrontado sin descanso; incluso presentando una propuesta alterna al Plan Tepito, premiada en el extranjero, elaborado por el Taller 5 de autogobierno de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)... 

Al final de cuentas, el gubernamental Plan Tepito no fue más allá de construir lo que los vecinos desde entonces denominan Los Palomares, erigidos en la cuadra que forman las calles de Peñón, Avenida del Trabajo, Constancia y Toltecas...

Después de curar su úlcera bebiendo litros y litros de leche, evitando con ello el quirófano, con 45 años de edad, a Luis Arévalo se le ocurrió crear, no sin reparos de su mujer y sus hijos, sus talleres de calzado gratuitos para integrar al trabajo productivo a personas necesitadas... y de paso rescatar su oficio que se había venido extinguiendo entre el marasmo de la zona comercial tepiteña.

Para empezar, hace 24 años, recibió el inesperado empujoncito que le dio la profesora Guardiola, una anciana viajera a la que en el barrio trataban de loquita, ex directora de la cercana escuela primaria República de Argentina. 

Una tarde, la mujer, bajita, de pelo teñido y de cuidada presencia, se apareció frente a la puerta del departamento de Luis Arévalo, en Héroes de Granaditas, afirmándole que ya tenía herramientas para que las madres necesitadas aprendieran a reparar el calzado de sus hijos. Luis fue reticente. Le alegó que él iría más allá de esa intención. Enseñaría a elaborar todo el zapato, no nada más a repararlo. La profesora Guardiola se lamentó, defendiendo su argumento, diciéndole que él era su última esperanza. Ya había acudido con otras personas que también se habían negado. Luis, con la intención de despedirla en definitiva, le argumentó que él no contaba con un lugar para impartir el taller. La profesora Guardiola de inmediato le respondió que ella sí lo tenía. El maestro zapatero dejó a un lado sus objeciones y acordó con la anciana acudir a ese lugar. 

La sorpresa de Luis fue que lo llevó a una bodega abandonada de lo que recién había dejado de ser la Delegación Cuauhtémoc (lo que hoy es la subdelegación) en la Plaza del Estudiante. Sin permiso escrito y sin que nada la respaldara, la profesora Guardiola (que de loquita no tenía nada, y sí mucho de aventada) le dio posesión del lugar a Luis Arévalo Venegas, zapatero de oficio con estudios de primaria. 

Durante algunos sábados, pues entre semana trabajaba en la fábrica de calzado, Luis impartió su taller en esa bodega polvorienta, hasta que un día llegó y se encontró con que toda su herramienta estaba bajo candado. No podía entrar. Alegó con los policías que resguardaban el lugar sin que lograra moverlos de su sitio de fieles cancerberos. 

Otro día, de regreso, Luis encontró sus herramientas botadas en el pasillo, afuera de la bodega. Pero no cargó con sus chivas. Ahí mismo, en el pasillo, el sábado siguiente, continuó con su taller de calzado. Sólo que esta vez se comunicó con un amigo periodista para que viniera a comprobar en qué condiciones estaba brindando sus enseñanzas gratuitas. No llegó su amigo pero sí una mujer periodista. 

Apareció la nota en el periódico y ese mismo día recibió un papel con el membrete del delegado de aquel entonces, notificándole que podía regresara a su espacio en la bodega para que continuara impartiendo su Taller Libre de Tepito del Arte del Calzado.

Luis Arévalo hasta hoy ha continuado no sólo impartiendo sus talleres para niños de la calle y menesterosos sino también para mujeres y ancianos que con frecuencia son abandonados o arrinconados por sus familiares. Más todavía, también ha creado 10 talleres de calzado para 10 distintas comunidades indígenas chiapanecas.


En 1995 recibió una anónima llamada telefónica. Luego de otras misteriosas interlocuciones, Luis Arévalo fue invitado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) a participar en el diálogo de San Andrés Larráinzar, en 1986. La propuesta que llevó no fue unirse a los rebeldes y tomar las armas, sino ofrecer sus talleres libres de calzado a las comunidades zapatistas que lo aceptaran, primero para autoconsumo y después para la venta...

Y así hasta ahora, Luis Arévalo, a través de sus luchas sociales y culturales, ha demostrado que ama y aprecia su barrio, su oficio y sus talleres gratuitos (éstos, incluso, le han hecho merecedor, en 1996, de un reconocimiento de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas, UNESCO) porque, a la vez, ellos, le han permitido intervenir, involucrarse, con su espíritu rebelde y contestatario, en la problemática de su entorno social y cultural, al lado de personajes tan disímbolos como muchos de los antes mencionados; o como otros que de vez en cuando se aparecen por su mítico taller, en Vidal Alcocer 114. Dos ejemplos: el tepiteño Temo, director del grupo Son como Son (magníficos intérpretes del ritmo cubano que enuncia su nombre, con 21 años de existencia), o a destacados miembros del grupo interdisciplinario conocido como Los Olvidados (que lo mismo actúan, escriben cuento y crónica o elaboran inigualables calaveras de cartón que caracterizan a personajes de la filmografía clásica mexicana)... o como los comandantes indígenas zapatistas... o al lado de cualquier niño o mujer, sin ningún tipo de discriminación... 

Así pues, en el barrio sabemos y guardamos el testimonio, hasta hoy insospechado, de que el robusto zapatero por siempre, para muchos desapercibido, ha trascendido las calles de Tepito, llevando su oficio, junto con su práctico banco de acabado, a lugares recónditos y nunca imaginados... Así empecinado, necio como es, en medio de la desolación de su país, cierto de que un oficio, el que sea, le da al hombre o la mujer un mejor camino por donde transitar sobre lo que podría resultar su precaria existencia.

Por ello, tal vez es necesario remarcar, como de pasadita, que Luis Arévalo Venegas, ha querido contribuir (aún lo hace a sus 70 años de edad; nació el 15 de mayo de 1940) a mejorar la calidad de vida de los habitantes del barrio y del país desvalido en el que nació, creció y se ha reproducido (tuvo siete hijos, le quedan seis)... En la actualidad continúa haciéndolo con Martes de Arte en Tepito, con Títeres en los Palomares y con la Alameda Tepito.

El banco de acabado, de la serie Oficios en extinción. Plata-gelatina.